En marzo del 2020, cuando el mundo se acabó, Jorge Drexler estaba en Costa Rica. El cantautor uruguayo se estaba enterando que debía cancelar su gira y volver corriendo a Madrid, donde esperaría por más de un año antes de volver a las tarimas.
Así como el músico tenía más de un año sin presentarse en frente de su público, tenía más de un año sin verlo. En ese tiempo es fácil olvidar la «etiqueta de concierto», cuándo sumarse a un coro, cuándo aplaudir y de paso cómo lidiar con las restricciones aún necesarias dada la lentitud de la campaña de vacunación europea.
En ese contexto el cantautor, aparecía bajo los reflectores de la tarima del festival Noches del Botánico como un guía y maestro amable. Por momentos, Drexler fue estrella de rock; por momentos, maestro de ceremonias, y en ocasiones, poeta puro que repasó algunos de sus más grandes éxitos.
Después de abrir solo con su guitarra acústica, y tachar del setlist un tema obligatorio como lo es Milonga del Moro Judio, Drexler invitó a tarima a su fiel baterista Borja Barrueta su escudero por el resto de las casi dos horas en tarima; por mala suerte y como recordatorio del traumático momento que aún vivimos su pianista, Meritzell Nedderman, no pudo estar presente por un positivo de Covid.
Dándole, como es evidente, un peso especial a los temas de su último disco, el aclamado Salvavidas de Hielo, Drexler repasó su extensísimo catálogo. No faltaron clásicos como Guitarra y voz, Al otro lado del río, Asilo o Movimiento, así como la dulce Codo con Codo con la que el compositor inició la cuarentena en aquel traumático marzo. Sin embargo el formato minimalista castigó en el setlist al genial disco Bailar en la Cueva cuyos arreglos quizás eran demasiado complejos para un show tan íntimo, una lástima considerando la gran versión de Bolivia que presentó sin teclado y sin el mítico Caetano Veloso. Así mismo la circunstancia transformó Toque de Queda, el más Sabinero de los himnos de Drexler en una celebración de lo que la pandemia nos obligó a hacer escondidos, y que poco a poco recuperamos.
Además de cantar el autor de Eco, se permitió aprovechar el retorno a las tarimas para enseñarnos cosas nuevas, cambiando las palmas por chasquidos de dedos, usando al público como coro solo cuando quería e incluso sorteando bien la pequeña emergencia del desmayo de una de las asistentes.
Mención aparte merece el cierre del show. El épico encore contó con el grupo de gospel, The Gospel Machine, que compartieron el protagonismo en el estreno en vivo de La Guerrilla de la Concordia, una casi religiosa Sea y en una preciosa versión de la clásica Todo se Transforma.
Drexler es de lejos uno de los músicos más importantes del continente latinoamericano, y a estas alturas se siente con la comodidad de hacer lo que quiere con sus canciones. Su experimentación constante con la estructura musical y la métrica se tradujeron sorprendentemente bien a un concierto tan íntimo. Fue un pequeño escondite, un momento de silencio o una noche de asilo, si se me permite el cliché, antes de volver a la bella y acelerada capital española.