Ser cantautor, como concepto, es extraño. Es un músico al que le hacemos la exigencias del compositor, de cantante y de poeta al mismo tiempo. Es el tipo que esperamos nos resuelva la dedicatoria a nuestra pareja el día de los enamorados. También le exigimos que nos dé la canción que llevaremos de fondo para ir de frente contra el poder y, por si todo esto no fuese ya demasiado, le exigimos que en tarima tenga el carisma de un frontman talentoso. A pesar de lo complicado que parece, Joan Manuel Serrat es quien mejor ha representado esta figura en español.
Partiendo la diferencia entre ser el heredero de poetas como Miguel Hernández, a cuyos poemas tiene años poniendo música, y el Bob Dylan español, el catalán tiene una de las carreras más largas y extensas de la música española. Desde que se transformó en figura pública al exigir cantar en catalán en Eurovisión, hasta el sol de hoy, ha sido clave para entender el pop de su país y de su idioma y por eso es que su gira de despedida de este 2022, anunciada a finales del año pasado, ha caído como un balde de agua fría.
La primera vez que escuché el nombre de Serrat fue en el coche de mis padres. Es difícil ubicar cuál era el disco, pero sé que relativamente temprano me tropecé con la versión en vivo de Seria Fantastic, en la que traduce del catalán al español aquella realidad ideal con la que sueña, una versión catalana del Imagine de John Lennon. Fue amor a primera escucha, y desde entonces sus canciones me han acompañado siempre.
Puede ser el desparpajo poético y manifiesto bohemio de Señora o el noble canto a la igualdad a forma de ficción que resulta Disculpe el Señor, o la preciosa Lucía, quizás la mejor canción de amor en la lengua española. Sus canciones lo han hecho una de las figuras más queridas de una España que parece dividirse por todos los demás temas, que traza fronteras en los que no las necesita allí está Joan Manuel, cantándole a Andalucía en La Saeta o al mar en la icónica Mediterráneo, probablemente su tema más conocido.
Pero además, Serrat ha conseguido todo esto sin ocultar sus posiciones políticas. Desde aquel La la la que no pudo cantar en catalán en Eurovisión, pasando por su prohibición de entrar a la Chile de Pinochet y aquellas banderas rojas, lilas y amarillas de Fiesta, Joan nunca ha sido de los que huyen de la controversia ni de los riesgos que significaban defender esas posiciones, tanto en la España de Franco, como en nuestra siempre convulsa Latinoamérica.
Su amigo y colaborador frecuente Joaquín Sabina dijo en una entrevista, cuando Bob Dylan ganó su premio Nobel de Literatura, que Serrat merecía también su premio Cervantes y es difícil discutirlo. Puede ser difícil hablarlo, pero «El Nano» es uno de los poetas más reconocibles del siglo XX, y de los más influyentes de su idioma, que haberle puesto acordes detrás a sus versos no disfrace está realidad.
Es verdad que, al menos por un tiempo, se despide de las tarimas. Pero con un poco de suerte quizás le quede algún disco en el alma, o al menos una canción engavetada que regalarnos. Mientras tanto, queda apreciar las piezas que nos ha dejado en el camino.