Caracas, como muchas ciudades del mundo, tiene sus matices. Sin embargo, como pocas ciudades del mundo, a ratos es el epicentro del absurdo. Por sus calles se asoman individuos que parecen personajes de ficción, sacados de un cuento del diseñador y escritor venezolano Lucas García: el chamo que vende caramelos en el metro y describe la golosina con gracia callejera, el manco que no puede trabajar y va de vagón en vagón pidiendo plata o el policía que arma su alcabala sólo cuando hay quincena.

A partir de su inmenso conocimiento e insaciable curiosidad por los comics, y desde una formación basada en la televisión y el cine, García construyó una ciudad paralela, que a ratos parece un retrato a mano alzada de Caracas, donde se desenvuelven seres cargados de un cinismo que solo es verosímil cuando los ponemos en contraste con nuestra propia monstruosidad. Son, como dice el prólogo de su libroPayback’, entrenados para “vivir sin delfines, sin capa de  ozono, aurora boreal, con lluvia ácida, y nadar en hectolitros de Coca Cola.”

Cómo Caracas se hizo trap y cuento. Cusica plus.

Somos individuos que parece que perdimos la capacidad de asombro. Estamos compuestos por una cuantiosa carga de profunda indiferencia. Marcados por el pulso de una cotidianidad que nos lleva al límite de nuestras fuerzas y nuestra paciencia. Caracas, lejos de ser la sucursal del cielo, ha cubierto con sus techos rojos la infamia y la tiranía. Somos súper héroes (o súper villanos) que no vuelan sino que serpentean las calles y las avenidas en moto. A veces sin proponerlo, rozamos la ilegalidad con una elegancia sublime, o con un malandreo descarado.

Todos somos hijos de esa barbarie. Y es en el arte donde hemos encontrado una vía para expiar nuestros propios demonios.

El trap – un género que tiene base en el hiphop pero que, en el coqueteo con ritmos electrónicos que matizan su carga caribeña se hace un poco más universal – pone sobre relieve nuestra diversidad. Nos gusta rozar los límites y quedarnos en medio de los opuestos.

Probablemente todo se trata de un intento forzado por ahondar en nuestros gustos musicales y la manera cómo nos expresamos como una vía para tratar de entendernos, de descifrarnos. Y entonces asumimos por completo el juego y nos desdoblamos en seres que parecen sacados de la ficción pero que son reales como Neutro Shorty. Inconscientemente bailamos, existimos, cantamos y rapeamos al beat que sugiere el trap. En nuestro imaginario colectivo adoptamos las formas que más se amoldan a nuestra ferocidad escondida. Hombres, mujeres y niños vibran, en secreto, con una estética que mantiene íntimos vínculos con lo urbano, que ha traducido en arte la vida de la calle y las historias individuales más oscuras de sexo, droga, armas y delitos. Realidad y ficción, música y literatura se entremezclan en el discurso narrativo de Caracas.

Y entonces Neutro termina por emprender ese camino del héroe: su mirada es un testimonio de Caracas. Cada palabra que pronuncia, cada gesto, cada tatuaje, habla de esa verdad que Lucas García muestra con ritmo extraordinario en ‘Payback’: somos víctimas y verdugos. En nuestras acciones cotidianas se desdobla nuestra sombra: la violencia que estalla dentro de cada uno como una carga natural que nos compone y que reafirma nuestra condición humana.

Me resulta inevitable no escuchar su voz aguda en medio del caos caraqueño, en completa armonía con ese ambiente: Estos estúpidos creen que no van a perder la vida / Tengo unos secuaces boleta que tienen instinto homicida. Su verbo ágil fluye. Sin cargas. Sin pretensión de iluminar a la sociedad. Avanza con fuerza. Con la exactitud calculada de un proyectil. No hables por el agujero / No / Respeta a los tipos primero / ¿Creen que porque soy rapero voy a tener miedo pa´darte coquero?

Realidad y ficción se funden y se confunden y es inevitable no pensar que, quizás, en alguna dimensión paralela en la que Henry Stephen no cantó “El limonero”, Lucas García creó a algún Neutro para recordarnos que somos una consecuencia de nosotros mismos.