Alejandro Sanz amplía su particular campo de batalla creativo con Bio, el kilómetro cero de su nuevo álbum.
Podría poner el piloto automático o abandonarse a la inercia del prestigio cosechado durante tres décadas de conquista ininterrumpida, pero prefiere articular un sorprendente ejercicio de libertad expresiva conducido por la palabra y aliñado con piano, cuerdas y acústicas que confluyen en una estrofa final ajena a dobles lecturas.
A estas alturas de su intensa trayectoria vital, el músico madrileño sigue guiándose por el agudo instinto artístico que lo trajo hasta aquí.
Conoce en profundidad el oficio de escribir canciones, pero está dispuesto a dejarse sorprender por ellas. En Bio, auténtica declaración de intenciones e inquietudes, sintetiza los ingredientes de la composición hasta reducirlos a su esencia, haciendo un sentido ejercicio de memoria que asombra por su calado introspectivo.
La canción se nos sirve prácticamente en crudo, sin esconder los sabores acres, pero cualquiera puede verse reflejado en este emotivo inventario vital –fatigas, alegrías, ilusiones, decepciones– que Sanz utiliza como ariete de una obra llamada a dejar huella, que incluye diez canciones nuevas producidas por Alfonso Pérez con Alejandro Sanz y Javier Limón, más la experta labor de mezcla firmada por Peter Walsh.