Es interesante ver cómo en un mundo donde se ha asumido lo digital como lo obvio y lo sobreentendido, exista aún el afán por los formatos análogos y físicos. Aún somos bastantes los que incursionamos en la azarosa y artesanal labor de usar una cámara de rollo, o que de vez en cuando le echamos un ojo a la colección de VHS de la cual nos negamos a deshacernos. Pero un objeto en particular ha sobrevivido hasta hoy, con un culto igual o más especial, pues ha logrado adaptarse y darse su puesto en los tiempos modernos: el disco de vinil.
El vinil representa el tótem de una época que ha logrado, para sorpresa de muchos, sobrevivir en el tiempo. Y no sólo como objeto vintage de colección, pues cada día se ven más y más artistas editando piezas especiales de acetato para sus lanzamientos, generando una especie de revival. Es también un formato con características sonoras únicas y mutables con el tiempo y el uso, a diferencia de la perpetuidad del mp3.
Pero es esta misma característica del .mp3 la que ha llevado a la industria del CD a un innegable declive. Entonces, ¿cómo, si el CD está en riesgo de peligro de extinción mientras los bits y los unos y ceros se van volviendo más poderosos, el vinil sigue estando tan presente?
“Las razones pueden ser varias”, comenta Juan Carlos Ballesta, profesor, locutor, editor de la Revista Ladosis, y melómano. “La primera tiene que ver con que es un objeto de arte. No solamente los músicos pueden expresarse, sino también diseñadores, ilustradores y fotógrafos, pues es el arte es mucho más grande, visible y relevante. La segunda es su aroma romántico, a veces nostálgico, y su sonido con un encanto particular, mucho más cálido y orgánico”.
El músico Heberto Añez, mejor conocido como Sr. Presidente, resalta dos bondades que justifican la vigencia de los discos de vinil: la primera es que, tal cual como los libros, o los juegos de cubiertos, “son herramientas perfectas, se adecuan al hombre y cumplen su función, y se hace innecesario reinventarlas”. La segunda es que, como las artes gráficas, “hereda ese rasgo de ser una pieza única; como dice Richard D. James (Aphex Twin) de forma muy acertada: ‘No existen dos discos de acetato que suenen igual’. El LP tiene el audio literalmente grabado en su cuerpo. Si tienes todos los equipos apagados y solo la aguja surcando por la superficie, puedes acercarte y escuchar la música en una escala muy pequeña, pero allí está. En ningún otro formato que exista puedes hacer eso. Necesitas una cantidad de intermediarios: electricidad, reproductores diversos, computadoras, internet, teléfonos, pare de contar. Nada tiene esa autonomía intrínseca. El LP ha ganado terreno, principalmente por el ritual que ofrece: siendo una pieza que necesita atención y cuidado, finalmente terminas «escuchando» realmente la música; haces un espacio de tiempo exclusivo para ella. De forma digital, es muy difícil mantener la concentración hacia el contenido, sin hablar de los gigas de música bajada y guardada, que nunca vamos a escuchar”.
Eduardo Molea, comunicador visual, ávido colector de acetatos y ocasional selector, señala que “en el vinil reside una fuerza mística que está relacionada a la experiencia física, ver los surcos, dejar correr la aguja, escuchar un lado y luego el otro. Son formas de atención que, aunque no se crea, forman relaciones distintas a la de los formatos actuales, muchos, inexistentes físicamente y de extrema facilidad de adquirir. El vinil, en cambio, juega un papel más coleccionable”.
El vinil no solamente ha logrado mantenerse de pie en el tiempo gracias a los peculiares rasgos que le caracterizan, sino que está viviendo una era donde se genera más hype alrededor de las piezas de acetato. Cada vez se ven más ferias de compra o de intercambio, y está creciendo la cantidad de curiosos acercándose a este formato.
Ballesta da explicación a esto refiriéndose particularmente a la lenta pero evidente caída del mercado del CD, que cuando surgió, desplazó por completo al vinil y dejó “como una deuda pendiente”. Con la nueva tecnología digital “mucha gente incluso botó los discos, regaló los tocadiscos, se olvidó de eso con la excusa de que ocupaba mucho espacio. El declive del CD ha hecho que ese formato haya recuperado parte de su encanto, y además haya demostrado en las nuevas generaciones que, más allá de un objeto vintage, es definitivamente un formato que genera interés. Incluso hay nuevos platos que se conectan vía USB a las computadoras. Los artistas han ayudado a que ese formato regrese, definitivamente. Por supuesto, no con el volumen de producción y de ventas que tuvo en los 70, pero sí con la suficiente fuerza como para mantener un mercado cautivo lo suficientemente interesado como para seguir fabricándolos”.
Añez afirma que el revival vino de la mano con los medios digitales, que “otorgan la capacidad de manejar muchísima información del pasado, escenario que antes era imposible. Creo que tener a la mano ese bloque de cultura, disparó en todos una nostalgia inevitable (…). En esa mirada reminiscente que hizo el mundo entero, regresaron muchas cosas, entre ellas el disco de acetato y los cassettes”. Aunque también revisa la parte negativa del haber revivido el acetato: “los discos se empezaron a convertir en una pieza de élite, costosa, sectaria, esnobista. La parte que me gusta de la historia es el entusiasmo que trajo a la gente más joven”.
“De igual forma, si bien es cierto que el formato regresó, se debe entender que no es algo masivo, ni mucho menos va a reemplazar nada. Es cierto que estadísticamente asciende su consumo, pero lo veo como un nicho específico”, aclara.
Para Molea, “el tema central es que hacer discos ya no es remunerable”. Los artistas tienen que buscar maneras de que su música genere impacto, y lo hacen “generando formas de marketing arriesgadas para la época, como sacar un disco sin promoción alguna”. Pero el dinero ahora se obtiene de sus giras masivas, mientras que “el CD, que parece funcionar más como almacenador de archivos (y de quien no sabemos podría tener también un revival), sufre contra el formato descargable. Las personas no quieren pagar por el CD, sino por verte en vivo, o por productos que ‘realmente valgan la pena’, como es el caso del formato vinil”.
Pareciera entonces que la era que estamos viviendo es bastante especial e interesante, pues tenemos la oportunidad de escoger a placer entre lo análogo y lo digital. La música está viviendo una dualidad de formatos, o más que eso, una “multiplicidad de opciones”, como señala Ballesta, pues no es sólo el acetato contrapuesto con el mp3, sino atravesando una gama de formatos como el CD, los audios comprimidos y no comprimidos, e incluso formatos más en desuso, como el cassette.
Pero mientras esta es una situación real, hay quienes ven el formato físico en general como cosa del pasado, y que hay que dejar atrás de una vez por todas, como es el caso de Kanye West, quien declaró que su música sólo se escucharía a través de plataformas digitales. Kanye es, en palabras de Añez, “un hombre metamoderno con el afán de cortar hilos con el pasado y decir ‘los CDs han muerto’. En ese sentido, sí es un rasgo epocal sobre un camino diferente para consumir música, pero un rasgo, a mi humilde opinión, tecnócrata y mezquino, es decir, ¿siempre que quiera escuchar su música tengo que estar conectado? Para mí eso es una pesadilla”.
La convivencia entre artistas como Kanye y los que editan sus discos en formatos diversos se hace posible gracias a lo contemporáneo, afirma Añez. “el principal aspecto de nuestra época es que las disciplinas, la estética y las prácticas conviven, se desarrollan de forma paralela y se combinan. Mientras hay gente tratando de hacer un salto de progreso digital intangible, hay y otros piensan que el progreso sea la tradición de mantener esa relación objeto-música, exaltando el formato físico como una pieza de colección y arte”.
Teniendo todo esto en cuenta, ¿qué es lo que realmente hace que uno tome la decisión de invertir tiempo y dinero en un formato físico que trae una dedicación inherente? La respuesta es bastante clara: la experiencia.
“Es como un ritual, el hecho de darle la vuelta al disco”, indica Ballesta. “Yo no creo que sea una moda. Las modas son otra cosa, no son tan consistentes ni atractivas desde el punto de vista tecnológico, y si se quiere, romántico. Yo, que soy coleccionista de música, nunca dejé de querer los vinilos. Cuando abres un disco y desprende ese característico olor que mezcla el acetato con el plástico que lo envuelve, es una experiencia inolvidable”, concluye.
Para Molea se trata de una sensación de gratitud. “No hay nada en este mundo que se compare a las energías que emite este formato. Posee cualidades emotivas y psicológicas que varían para cada coleccionista, pues es su relación con él”.
Añez explica asumiendo una postura cargada de romanticismo: “el sonido es una vibración, como el color. Esa vibración se talla en una placa matriz, que es tangible. Luego la pasta del vinil es presionada sobre este relieve y se hace una copia; entonces, cuando compro un disco, no puedo dejar de pensar que compro una réplica de esas vibraciones, y la oportunidad de ser impactado por ellas una y otra vez. Los LPs tienen un arte de tamaño generoso, información, detalles de dueños anteriores, textura y olor; se me hace muy difícil germinar el mismo apego por un mp3”.