La línea que separa la cultura pop de la alta cultura se hace cada vez más delgada. Esta afirmación no debería ser controversial pero, al parecer, viendo las reacciones al Nobel de Bob Dylan y al Pullitzer de Kendrick Lamar, hay quienes aún no pueden entender su importancia en el día a día. Luego de años ignorando la música popular a favor de músicos de estilo clásico, como John Adams en 2003, quien ganó por su composición para orquesta ‘On the Transmigration of Souls’ y Julia Wolfe premiada por su obra coral ‘Anthracite Fields’. Aunque estos trabajos representan una parte importante del mundo musical el premio había acumulado críticas por ser de compositores para compositores.
Esta situación empezó a cambiar en 2016 con el premio al compositor de jazz Henry Threadgill por su disco ‘In for a Penny, In for a Pound’ y ahora con el premio a Kendrick Lamar por el brillante ‘Damn’. Es complicado decir qué fue lo que causó que finalmente el Pulitzer se volteara a ver que pasaba en la cultura pop, pero podemos especular dos motivos básicos, apartando claro la obvia calidad del trabajo de Lamar: El premio Nobel de Literatura para Bob Dylan y el ambiente sociopolítico de los Estados Unidos.
El Nobel de Dylan no sólo fue un premio para el cantautor norteamericano sino una elevación final de la canción pop al nivel de las bellas artes. Asumir que la música pop puede ser considerada literatura, y que está al nivel de nombres como Gabriel García Márquez, Pablo Neruda o Ernest Hemingway, es también decir que la música de masas, como era la música hecha por Dylan en los 60s y lo es hoy el hip hop, es un medio viable para transmitir poesía. Por otro lado la situación actual de Estados Unidos es, cuando menos, delicada: Las tensiones raciales han vuelto a aumentar gracias a un presidente incapaz de condenar el supremacismo blanco, que ha perseguido con particular ensañamiento a los inmigrantes, que ha hecho comentarios abiertamente xenófobos contra el mundo árabe y África y que ha subrayado los niveles de desigualdad económica del país. En medio de estas dos situaciones es que Kendrick lanza ‘Damn’.
El disco es un estudio de la realidad de las comunidades negras en Estados Unidos, la naturaleza del rap moderno y la propia carrera del oriundo de Compton. Lamar balancea los temas con el uso de ritmos de hip hop puro en plena época del trap y el Rn’B alternativo. Violencia, fé, sexo, amor, fama y la relación entre ellas son los principales temas de ‘Damn’.
Considerar este trabajo en el mismo estilo que el hip hop tradicional es quedarse solo con un análisis superficial, el rapero de Compton siempre ha sido demasiado inteligente para eso. No es la primera vez en su carrera que Lamar usa el empaque del hip hop más comercial vender ideas más complejas: En su disco ‘Good Kid M.A.A.D City’ del 2012 el artista disfraza de un tema sobre el alcoholismo, “Swimming Pools (Drank)”, como una canción para beber mientras y “I” de ‘To Pimp A Butterfly’ (2015) usa un beat festivo para hablar de la relación del músico con su depresión. Esta división se mantiene en ‘Danm’ con temas como “DNA”, “Loyalty” o “Element” disfrazándose de canciones de hip hop tipicas y ocultando significados más profundos sobre el amor, el sexo, la raza y la fama en sus rimas.
Este contraste entre lo que Lamar presenta para de manera superficial y lo que oculta en sus letras es uno de los rasgos fundamentales de su música, y uno de los principales factores que lo hace un artista tan llamativo dentro de la escena del hip hop. En este contexto el premio se vuelve no solo un trofeo más para la ocupada vitrina de Lamar sino un paso más en la aceptación del mundo pop a la academia. Así mismo en el momento político que vive Estados Unidos premiarlo es un acto que ayuda a romper las barreras que separan las culturas raciales en el país del norte.
Cuando se ve el disco como un todo podemos entender su valor literario, artístico y cultural además de su vigencia son motivos suficientes para que la academia voltee a escucharlo. Kendrick solo dio el más reciente paso para derribar la pared que separa la cultura pop de la llamada alta cultura. Después de todo es más probable que la música contemporánea aborde nuestros problemas antes que lo haga una opereta.