La víctima de un suicidio no es solo aquella persona que ha perdido la vida, sino que es todo el mundo que, directa o indirectamente, estaba relacionado a ese ser humano. Cuando ocurre un suicidio no solo se muere un hombre o una mujer, sino que muere parte de la sociedad. Un suicidio viene siendo, tal vez, la demostración más contundente de que la humanidad aún tiene graves fallas por corregir.
Aquí todos, sin excepciones, batallamos. Algunos batallan en contra del hambre, la pobreza y la desigualdad. Algunos batallan en las guerras, por las fuentes de energía y el territorio. Algunos batallan para mantener el poder a toda costa, mientras otros batallan para ser escuchados. Sin importar el estrato, la raza o la cultura aquí cada uno de nosotros libra su propia lucha.Sin embargo, existe una batalla que nos une a todos en su silencio y que es incluso más poderosa que las anteriormente mencionadas. Es una batalla que está presente en cada segundo, en cada decisión y que determina nuestro porvenir. Se trata de esa batalla que se libra en el interior de cada uno de nosotros. En la que se confrontan los sueños con los miedos, en la que chocan los deseos con las inseguridades, en la que se enfrentan la perseverancia y la frustración.
De esa batalla que se pelea a diario surge un sentimiento que los existencialistas solían denominar como angustia, pero que yo lo denominaré como temor. Ese temor que a cada momento está invocando las sombras del fracaso puede convertirse en el primer impulsor para superar todos los obstáculos y salir adelante, pero también puede convertirse en el principal opresor y destructor de toda chispa de felicidad.
Los artistas, no es secreto para nadie, suelen ser personas sensibles y emotivas. Los sentimientos y los remolinos internos son por un lado el motor creativo de estos personajes, pero por otro lado son los causantes de que muchos músicos y cantantes decidan acabar con sus vidas, como en los lamentables casos de Chris Cornell y de Chester Bennington.
Muchas personas no entienden como semejantes estrellas pudieron acabar de esa manera con todo lo que construyeron durante tantos años. A muchos les cuesta entender cómo fueron capaces de hacer lo que hicieron luego de haber triunfado y de haber llegado tan lejos. Yo tampoco lo entiendo, porque no soy ninguno de ellos, pero lo que sí entiendo es que en algunas vidas, a pesar del éxito económico y social, el temor nunca desaparece.
Chester Bennington nació el 20 de marzo de 1976 en Phoenix, Arizona. Desde que tuvo conciencia se vio atraído por el arte y por la capacidad creativa del ser humano. Bennington era un chico curioso, con un deseo inmenso de explotar su talento musical y de esparcir por el mundo todas sus ideas. En sus primeros años su mente se vio golpeada por la separación de sus padres, por el consumo de drogas y por abusos sexuales, y aunque logró salir adelante y encontrar la estabilidad gracias a Linkin Park, a los 41 años decidió quitarse la vida.
Por su parte, Chris Cornell, nació el 20 de julio de 1964 en la ciudad de Seattle, del estado de Washington. Desde pequeño empezó a familiarizarse con la música y empezó a tomar clases. Al igual que Bennington, su juventud también se vio sacudida por el divorcio de sus padres y desde ese momento empezó una etapa de inestabilidad que lo fue llevando por un camino labrado por sí mismo. Ese camino lo hizo alejarse de su familia pero lo hizo acercarse a la música. De esa manera en 1984 se crea Soundgarden, banda principal de Cornell, pero todo acabaría el 18 de mayo de 2017, cuando Chris fue encontrado ahorcado en un hotel en Detroit.
Ambos alcanzaron el éxito, ambos saborearon el placer de la buena vida y de la fama, ambos llegaron lo más lejos que cualquier músico podría soñar. Sin embargo, eso no logró disipar el temor de sus vidas. A pesar de las metas conseguidas, por alguna razón inexplicable, tal vez genes depresivos del pasado o tal vez un inconformismo inabarcable, ambos decidieron dejar todo e irse.
Por las radios, por la tele, en la calles y en las plazas todo puede parecer estar bien. Sin embargo, la sociedad no ha logrado hacer del mundo un lugar donde todos podamos ser nosotros y sobre todo donde todos podamos vivir sin temor al fracaso, al abandono, a la pobreza y a la exclusión. Cada suicidio podrá tener sus propias razones y explicaciones, pero en el fondo todos tienen algo en común: representan un fracaso social.