Todo buen arte debe tener un fondo ideológico e intelectual que lo respalde. Los colores, las formas, los sonidos y las voces no pueden volar sin dirección y sin destino por más agradables que estéticamente sean, ya que pueden arriesgarse a perderse por peligrosos pasadizos sin sentido y llenos de superficialidad.
El buen arte, como cualquier construcción, debe contar no solo con un diseño atractivo y una forma inteligente, sino que sobre todo y más importante que todo, debe contar con unas sólidas bases que estén a su vez sustentadas por teorías bien analizadas y bien pensadas para su precisa aplicación.
La ciencia, por ejemplo, tiene una gran cantidad de pseudocientíficos que suelen llevar a cabo proyectos y experimentos sin las bases teóricas apropiadas. Eso, más que ayudar y construir, destruye y desvirtúa a la ciencia. Lo mismo pasa con el arte. Aquellos músicos que no se toman el tiempo para construir sus proyectos y que salen al mundo a presentar propuestas sin pies ni cabeza, terminan es llenando de escombros la forzosa construcción del largo camino de la escena musical nacional.
No se trata de escribir un ensayo político ni de realizar una tesis de 500 páginas, sino se trata de moldear al proyecto musical con un conjunto de ideas claras para que así este sea capaz de construir su propio camino y se pueda mostrar sólido y regio ante el mundo. Como se ha mencionado en textos anteriores, una canción es un mensaje y si ese mensaje no tiene contenido, la canción será solo palabras huecas que flotan a la deriva por el aire.
En la historia de la música, los intérpretes y artistas claves más reconocidos y más importantes, lograron lo que lograron, en buena medida, gracias a que su arte tenía vida propia. Ese arte que gozaba de vida propia tenía las ventajas de un cuerpo lleno de sonidos y voces fascinantes, pero también tenía la dicha de tener un alma llena de ideas y pensamientos que le daban sustancia a las obras. Por eso, artistas como Pink Floyd, Bob Dylan y Bob Marley transformaron la música, marcaron la historia y se ganaron el premio de la inmortalidad.
Algunos talentosos impregnan inconscientemente a su arte de conceptos y pensamientos que ayudan a darle sentido a las obras. Sin embargo, otros tienen que esforzarse un poco más para lograrlo. Independientemente del método, lo importante es esmerarse porque el mensaje transmita algo y que lo haga con tanta firmeza como delicadeza.
La Vida Bohème, por ejemplo, es una banda excepcional en esta materia. Los caraqueños han logrado lo que pocos han logrado en este país y es convertir a la música en un medio estructurado para plantear un estilo de vida y una visión concisa del mundo.
Cuando los Bohème debutaron con ‘Nuestra’ (2010) rápidamente cautivaron la atención de gran parte de la movida nacional y de miles de seguidores, pues representaban una propuesta innovadora y enérgica que era muy fácil de apreciar. Sin embargo, en ese momento nadie imaginó, en tal caso solo los más cercanos a la banda, que ese disco sería la introducción de un brillante manifiesto político y artístico con grandes análisis históricos, sociológicos y psicológicos de la sociedad venezolana.
Los caraqueños, 7 años después de su primer lanzamiento, han demostrado con su último álbum ‘La Lucha’ (2017) una altura intelectual sin precedentes y una evolución musical extraordinaria. Más allá de los premios y del reconocimiento, la mayor satisfacción que pueden tener estos venezolanos es el de haber convertido el rock nacional en una plataforma artística en la que no solo se protesta y se critica, sino en la que también se analiza y se propone.
Los chicos de La Vida Bohème han demostrado lo que puede lograr una banda con un concepto bien pensado y bien encaminado. Y no solo me refiero al éxito comercial y mediático, sino sobre todo al impacto social, moral e intelectual que perdurará por años en la sociedad venezolana y tal vez en toda la sociedad latinoamericana.
El concepto, entonces, se presenta como una parte indispensable de todo proyecto musical a la que ningún músico debe ignorar. Si de algo sirve un mundo tan congestionado y ambiguo como el actual, es precisamente para utilizarlo como trampolín hacia nuevas ideas y nuevas teorías que ayuden a mejorarlo y a construirlo. La música no solo debe servir para adornar el ambiente, sino que debe ser también agente de cambio y acción. Los músicos de hoy, más que en ninguna otra época, tienen una gran misión para con la sociedad, el arte y el mundo en general.