En los años 90, un sacudón cultural quebró todo un camino musical que por más de 3 décadas se había construido y consolidado en Estados Unidos y el mundo. El grunge, como un niño incomprendido y salvajemente decidido, tomó la escena musical con sus propias manos y con su voz hizo volar a todo y a todos sin excepción alguna.
Cansados de una cultura mediática y ampulosa, protagonizada por el hard rock y el pop de los 80, un grupo de músicos y de poetas callejeros criados en el estado norteamericano de Washington, crearon, sin ponerse de acuerdo, un movimiento que rompió con la tradición musical de los rockstar e impuso un sonido rudimentario, hambriento y aniquilante que intentaba tal vez regresar al rock & roll de los 70 o tal vez intentaba implantar una propuesta indescifrable e incomprensible como ellos mismos lo eran.
Estos artistas, dentro de los que se encontraban Kurt Cobain (Nirvana), Chris Cornell (Soundgarden), Eddie Vedder (Pearl Jam), Layne Staley (Alice in Chains) y Scott Wiland (Stone Temple Pilots), se convirtieron, sin querer y sin planificarlo, en los mayores representantes de una generación descontenta con el pasado, inquieta ante el nuevo milenio y que por lo tanto no encontraba su sitio en aquella sociedad que empezaba a transformarse por los avances tecnológicos.
No obstante, paradójicamente, el Grunge se convirtió en un movimiento tal cual como los que ellos mismos criticaban. La fama, los excesos, las prendas, el derroche y el lujo eran características de movimientos musicales anteriores que los hijos del grunge detestaban y repudiaban, sin embargo, la conexión de la gente con este género fue tan grande que a los pocos años incluso ellos mismos se habían convertido en estrellas admiradas e idolatradas en todo el mundo.
Así, la esencia de esa nueva voz del rock mundial fue la que los hizo nacer y la que los creó, pero también fue la que los destruyó. La búsqueda de identidad, el repudio a las cadenas económicas y mediáticas y un reafirmamiento como seres vivos capaces de expresarse, fueron los pilares de estas bandas, aunque con la llegada del reconocimiento mundial y con la llegada del éxito comercial, los músicos empezaron a verse ahogados en sus propias construcciones y así empezaron las separaciones, las peleas y los suicidios.
Esa implosión tal vez también se le debe a que el grunge nació de los sentimientos más profundos de una generación. Como movimiento juvenil, espontáneo, libre y sensible, el grunge no tuvo fronteras ni un camino pensado. Solo tuvo razón de ser y un músculo social que lo convirtió en llamarada.
Por eso, el grunge es una dosis inabarcable de emociones y de expresiones desnudas difíciles incluso de entender. Algunos lo escuchan y sin pensarlo lo descartan ya que no asimilan que es uno de los movimientos musicales más honestos y ricos que ha tenido el mundo.
Dicho género nació en los años noventa y en los años noventa murió. Como todo lo bueno duró poco, aunque tuvo cargas tan potentes de intensidad que aún se siente la energía de esos años en diferentes agrupaciones actuales. Hace poco murió Chris Cornell, uno de los últimos sobrevivientes de esa gran época. Con él se va toda una historia, toda una generación que con su rebeldía le dio una lección al mundo económico, al mundo artístico y a los desposeídos que creen no tener voz.
Luego del Grunge vino el nuevo milenio con sus tecnologías y sus artistas independientes que vuelan solitarios por un mar disperso y sin dirección. El grunge dejó una sacudida que tal vez era necesaria para que los músicos del nuevo milenio repensaran el arte. ¿Lo hicieron? El grunge fue el último movimiento sólido caracterizado por un espíritu genuino y sincero del que aún nos queda mucho por aprender.