Todas las fotos cortesía de Josu Trueva Leiva y Noisey
En medio del son y la trova, un grupo de jóvenes cubanos a mediados de los 80’s, y probablemente encaramados en alguna terraza cerca de la costa, lograban capturar con un radiecito de frecuencia modulada el rumor de la “música del enemigo”.
Metallica, Megadeth y Los Ramones se abrían paso con cautela entre “los hombres que pueblan el Playa Girón”. Una tribu urbana se gestaba dentro de la isla. Se llamaron: “los frikis”.
La categoría era amplia. Entraba en ella desde el apasionado del heavy metal hasta el punketo anarquista. Las subdivisiones que conocemos no eran importantes porque todo era furtivo y por lo tanto, aglutinante. Todo aquel que fuera melenudo, que anduviese con pantalones apretados escuchando la música equivocada, era arrestado por “diversionismo ideológico”; es decir: cualquier acción que desviara al pueblo de los intereses de la revolución.
Lo natural en medio del entusiasmo generado por los riffs y el doble pedal era que se armaran bandas, y a finales de los 80’s, siendo vetados por el régimen y rechazados por sus familias, los frikis encuentran un espacio donde pueden ser ellos. Uno de esos lugares fue “El patio de María”, bautizado con sangre en el año 1988, que recibe su nombre por María Gattorno, la coordinadora de una de las tantísimas casas de cultura en La Habana, que en este caso, abrió las puertas al rock.
Es muy probable que en pleno pogo distorsionado, los frikis no imaginasen que dos tormentas se avecinaban a Cuba con la llegada de los 90’s.
La primera fue el llamado “período especial”, una etapa de crisis severa en la isla por el derrumbe de la Unión Soviética, gran benefactor del país y por el endurecimiento del embargo norteamericano.
Todo era escasez y necesidad. Si antes conseguir instrumentos era complicado, ahora era prácticamente imposible, y el ingenio del cubano medio fue el mismo ingenio de los frikis al resolver los cueros de las baterías con láminas de rayos X y cables telefónicos como cuerdas de guitarras.
La segunda tormenta fue el SIDA.
Es complicado pero obligatorio intentar imaginar cuán grande era la desinformación en un país cercado como Cuba alrededor de una enfermedad que de por si, era desconocida en todo el mundo. Lo que sí se sabía era que una epidemia se estaba desatando en la isla y que afectaba fundamentalmente a los jóvenes, entre los que se encontraban nuestros frikis.
El Estado cubano, en un intento por aislar a los infectados con el virus, crea entonces la figura de los “sanatorios”, unos hospitales donde los afectados eran recluidos. Eran espacios relativamente cómodos, completamente gratuitos, con tres comidas al día, postre, y en ciertas provincias, hasta aire acondicionado.
La necesidad y la desinformación hicieron una jugarreta a los frikis, quienes aún constituían una amenaza ideológica para el régimen. Y muchos, desconociendo por completo las consecuencias letales del virus, decidieron infectarse deliberadamente, para ser recluidos en los cómodos sanatorios en lugar de ser apresados en las cárceles o vivir en las calles sin alimento.
Total… ¿Qué era lo peor que les podía pasar?
Los sanatorios se convirtieron en los nuevos “patios de María” y el rocanrol no se detuvo. Las baterías improvisadas seguían sonando y las melenas se batían como antes. Convivían los enfermos voluntarios con los accidentalmente infectados en un espacio al margen de la crisis.
Pero el avance del virus tampoco se detenía.
De repente un guitarrista empeoraba, luego el de la batería, luego la novia de algún vocalista que había sido infectada a través de relaciones sexuales y así. Uno a uno fueron falleciendo, revelando la durísima realidad de la decisión que muchos habían tomado.
Al final, la epidemia del SIDA acabó con gran parte de uno de los movimientos de contracultura más interesantes que ha existido. Con una trágica historia que (en un intento superficial de poetizarla), enfrenta la necesidad con el DESTROY. Todo para entender que una de las formas de conocernos mejor suele ser cuando nos vemos bajo amenaza.
Al ver a sus compañeros caer ya no había vuelta atrás.
No había rocanrol suficiente para evitar el arrepentimiento de tantos frikis que sin querer habían tomado la decisión más punk de sus vidas.