Cada vez me siento más viejo. Cada vez mis articulaciones achacan más y creo que el invierno otoñal madrileño no ayuda. Ni en eso, ni en que uno no se ponga nostálgico, hurgando en su memoria todo lo almacenado sobre esa era de los toques cada fin de semana en una Caracas que no sabía que se apagaría unos pocos años después. Había un aire de esperanza diluido en cada plan, y poco sabíamos —aunque creo que nos preparamos bien para ello— que la pesadilla no iba a acabar 10 años después, pero teníamos tantas cosas donde encontrar asilo que no supimos valorar cuando las teníamos en frente y no sé yo si íbamos a poder hacerlo lo suficiente.
Irse por ese camino de recordar lo vivido te pone en perspectiva un montón de cosas. De tu propia vida, de la ajena, y de —la nuestra—, la de esa movida que, mucho o poco, tuve el honor de aportar para su construcción y que nos ha ofrecido, en sus más brillantes hervores, una ristra de discos que, cual fotografía, retratan las señas de una época que ya pasó y, dejando la nostalgia para ese poco que ya no tenemos entre nosotros, sirve de testimonio para decir que hubo algo que pasó aquí, que importó, y que su huella no debería estar cubierta con el armatoste de la ciudad que se parasitó arriba.
Que no engañen mis palabras: lo que hay ahora mismo, poco o mucho, bodegón aparte, tiene un valor incuantificable y sé que hay alguien que, como yo, verá esta época —su época— como un mundo de oportunidades, de mementos y momentos inolvidables. Alguien irá a ver a la banda del momento y tomará una foto mental que no olvidará hasta estar bien entrado en años. Habrá alguien que siga construyendo y que, si todo sale bien, podrá quedarse a ver la obra sin miedo a que la dinamiten o se autodestruya. Que mi cinismo no me muestre como ese viejo rechoncho que sigue enfrascado en el mismo hueso, sino que se entienda que escribo estas palabras, no añorando que ese momento vuelva, porque eso ya pasó, ya lo viví, y tuve tanta suerte como el universo lo permitió. Creo que mi objetivo es más bien que la gente lea esto y diga “¡mierdaaa, marico, verdad! ¡qué buen recuerdo tengo con esto!” y, al final, de eso se trata esta invitación que me hacen para escribir de vez en cuando, quizás menos de lo que mis ganas quisieran y más de lo que mi dispersión me permite, sobre algún disco que celebre su aniversario. Esto es una tradición que espero seguir, mientras Cúsica quiera prestarme estos bytes para ladrar toda esta perorata.
Usualmente, el proceso me lleva a lugares muy finos y para esta ocasión, donde me toca hablar sobre una pieza angular del movimiento del V-Rock, como bautizaron algunos a quienes recuerdo con cariño, no fue distinto a lo demás, salvo que quizás ahora mismo, como está acabando el año, y son épocas tan duras para mí, estoy en esta nota tan downer donde pienso en que el tiempo sigue pasándome por encima, y aunque, paradójicamente, me fascina este “ahora” que tengo y no lo cambiaría, sí que me dan ganas de vivirlo todo de nuevo, quizás aprovechando algo más de mi malgastada juventud, sabiendo de su anunciado final, en vivir aún más. Solo eso. Ikiru.
Dicho esto, declaro que mi intención acá es hablar sobre la primera década del disco que más se escuchó en 2012 en los reproductores de los fanáticos del movimiento V-Rock, en especial aquellos que comenzaban a dar sus primeros pasos con sus bandas (se puede hacer un caso sobre cómo este álbum plantó una semilla en algunos jóvenes músicos que, como es normal, buscaban emular ese sonido, lo hiciera… pues cualquier músico que se te ocurra, le pasó cuando estaba empezando).
Cambié de Nombre de VINILOVERSUS fue una declaración de intenciones para la banda. Cambiaron la fórmula de cómo llegar a sus canciones y cómo presentarlas. Cambiaron de productor para explorar nuevos sonidos. Cambiaron lo que querían transmitir con sus videos. Y los llevaría a cambiar de ciudad hasta, finalmente, volver a establecerse, con sus luces y sombras, en una ciudad distinta a la que les hizo crecer.
Esa mañana recorrí todos los kioscos que pude antes de ir al trabajo. Vivía en El Llanito, no tenía carro, trabajaba en Los Ruices, y en ese momento Spotify no era lo que es ahora, así que me tocaba esperar un link de Soundcloud/Reverbnation (ni Bandcamp teníamos, vivíamos como bestias), una descarga gratuita en la página, o recurrir a RockDeVzla, Rockzuela o cualquier otro camino verde para escuchar la música que me gustaba escuchar. Pero esta vez era diferente: VINILOVERSUS, la banda que más me atraía de la escena musical venezolana desde hacía mucho tiempo y que conocí gracias a un gran amigo del colegio que me recomendó que leyera el grandísimo e inspirador blog Anarquía Musical de Diego Vivas, lanzaba su disco en físico, con 15 portadas distintas a través del diario El Nacional, y yo NECESITABA hacerme con una copia.
Puse a mi familia en situación al no tener suerte. Llegué a la oficina y pasé casi todo el día pensando en que había fallado hasta que el canto de victoria vino por mi tía, que lo consiguió en un kiosko en Macaracuay. Respiré tranquilo. Ya quería llegar a casa. Recuerdo que la cola que se hacía en La California para coger el ‘por puesto’ de regreso a mi casa fue interminable, pero cuando llegué, ni me quité la ropa ni bebí agua, sino que lo puse directamente. Y fue todo lo que esperé.
Sé que sonará como una historia bastante normal, y por supuesto que lo es: no quiero que vean magia en la cotidianidad (pienso que la poesía va más con lo cotidiano). Lo que sí llama la atención es lo poco que pudimos hacer esto en Venezuela, especialmente —shú, chauvinismos— con un artista local, y siento que eso, de entrada, hace que Cambié de Nombre sea un espécimen fascinante y distinto dentro de la fauna del rock veneco, pues muy pocos álbumes han tenido ese nivel de ventas tan rápido, y muy pocos, al menos en épocas recientes, nos han hecho esperar al formato físico para escucharlo. En el mejor sentido de la palabra, es bochornoso.
Como dije, eran 15 carátulas distintas pero muy similares, hechas por MASA, como se le conoce al diseñador venezolano Miguel Vásquez, conocido por trabajar con Zapato 3, Los Paranoias, Telegrama, Los Amigos Invisibles, Royal Blood, Bruno Mars, entre muchos otros), donde se construye un rostro con partes rasgadas de caras de otras personas, dando así las quince combinaciones distintas donde se alternaban las caras de los integrantes del grupo, en ese entonces Rodrigo Gonsalves, Adriantxu Salas, Juan Víctor Belisario y Orlando ‘Mangan’ Martínez, con los de otras personas. Esto resultó en gente que llegó a tener las 15 y la obvia pregunta entre amigos a ver cuál consiguió cada quien.
Quizás haya algún paralelismo, o me lo estoy sacando de una parte poco soleada, en que el disco tenga una canción llamada Bipolar Visceral, y cómo está construida esta portada: Bipolar porque cada una era diferente, y Visceral porque está compuesta de pedazos rasgados de otras personas.
Además, cada single tenía un arte hecho por el mismo artista, y hasta vendían una edición en físico que incluía otra cosa difícil de encontrar en la discografía local: ¡b-sides! Soñaré Hasta Que Llegue venía con Cadenas. Tu Ambición era acompañada de Del Suelo Al Cielo. Yunque hacía dupla con una de las mejores: Los Que Fueron y Vinieron. Lo bueno es que todas están disponibles hoy en Spotify, pero en ese momento solo las pudimos escuchar los que de alguna forma u otra tuvimos los singles en físico. Era una especie relativamente nueva en el bestiario alternativo venezolano: esas canciones que no quedaron en el trabajo final que acompañan a algún single con su lanzamiento.
El resultado final no es solo una portada de disco llamativa y fresca, sino también ganadora del Latin Grammy, todo un hito para la movida local pese a las nominaciones cosechadas en años anteriores. Un impulso y un nuevo norte, y un camino lógico para un país donde estaban pasando cosas interesantes a nivel musical.
Esto fue así porque el proceso de composición y producción del disco fue también un experimento para VINILOVERSUS. Por aquel entonces, la banda ya había trabajado con Rudy Pagliuca, productor de sus dos piezas anteriores (El Día Es Hoy, y Si No Nos Mata, 2008 y 2010, respectivamente) y querían dar un aire nuevo a su música, sin dejar de lado al buen Rudy. Por eso, se juntaron también con Carlos Imperatori, comenzando así una colaboración que hasta la fecha se mantiene no solo con la producción de la música de VINILOVERSUS sino con el grupo Arawato, formado por el mismo Imperatori junto a Rodrigo Gonsalves y Luis Jiménez de Los Mesoneros, y con Chapis Lasca, compañero de Pagliuca en Malanga quien cuenta con un hermoso y poco apreciado proyecto solista que vale la pena chequear y que ya había producido la taciturna Insomnio, en su trabajo anterior.
El aporte de Imperatori y Lasca al álbum es más de oxígeno que de cambio de estilo. El trabajo de un productor no es hacerte sonar como él quiera, sino de proponer, ver potenciales y exprimirlo, saber limitaciones y demás. Por eso, Cambié De Nombre suena a ratos como un disco mucho menos oscuro que el resto de la obra de VINILO, muy guiado a encontrar una intención pop sin perder la esencia de lo que hizo a la banda conocida: Guitarras con personalidad, muy guiadas al solo y al riff pegadizo; un par de bajos que se complementan estando uno más distorsionado que el otro para fungir como una guitarra; y una batería siempre potente, que sabe cuándo subir y bajar la intensidad para transmitir lo que la canción amerita.
El paseo por Cambié De Nombre nos muestra al grupo en todas sus facetas: La más pesada (Yunque, Bipolar Visceral, Canción III), la que homenajea de alguna forma a Dermis Tatú o Cayayo Troconis (Soñaré Hasta Que Llegue), la nueva para este disco y que quizás sentó las bases de VVV, su quinto trabajo de estudio. Este tema es Bandeja De Plata, donde se juega con la sensualidad y la dinámica a dos voces, junto a Nana Cadavieco, quien es, junto a Luis Jiménez, los únicos invitados del álbum, grabado en los míticos La Cosa Nostra y Estudio Tumbador.
También hubo espacio para la crítica social, con Ares como punta de lanza, una canción potente, que también está entre lo mejor de su repertorio, que además levantó bastante polvo con su rompedor videoclip, en el que los integrantes son parte de una operación para llevar un mensaje de paz a La Casona, nuestra olvidada casa presidencial, a través de un graffiti. El tema vino acompañado de toda una campaña titulada #NoDispares que fue muy bien recibida por los fanáticos para ese momento donde la violencia llegaba a sus más altos índices hasta la fecha.
A nivel lirical, VINILOVERSUS canta en este disco sobre sus mismos tópicos: El desamor y las situaciones incómodas y aparentemente inescapables del ser humano. La existencia en sí. Eso sí: con un approach diferente, en especial a nivel musical, con temas donde se crea un momentum musical entrañable, destacando las explosiones de Yunque, Fácil Decirlo o Implosión. Esa zona en la que entran cuando hay alguna de estas descargas, y que dejan espacio para algún jamming en vivo, denotan que VINILOVERSUS siempre ha sido una banda a la que le ha gustado pasarla bien cuando están tocando y eso llevarlo a sus discos. Canción III se siente tal cual como un jamming que mutó a canción y ejemplos no faltan en la música del cuarteto caraqueño, ahora radicado en Miami.
Las ganas que le puso VINILOVERSUS a este disco eran con un norte claro: hacerse un hueco en la industria. Todo fue jugado con cumplir una serie de objetivos claros. Primero: había que vender discos. Alberto Cabello, mánager del grupo en ese momento, se puso manos a la obra, y firmó un deal con El Nacional para que ellos compraran la cantidad de copias necesaria para conseguir la nominación al Latin Grammy, el segundo objetivo.
Tras haber sido nominados un par de años antes con Si No Nos Mata como Mejor disco de Rock, Cambié De Nombre se coló en dos categorías: Mejor Disco de Rock, y Mejor Empaque, gramófono que eventualmente se traerían a casa.
La exposición en el premio más importante que la música latina puede ofrecer al rock con solo ser nominados le bastaba a VINILOVERSUS para engrosar su currículum y explorar nuevas latitudes, tanto con una gira como con una eventual mudanza. Sin embargo, se atravesó una crisis gravísima en el país, que coincidió con el disco solista de Rodrigo Gonsalves, No Estás Solo (2015) y finalmente una relocalización a Miami, desde donde la banda, ahora con una nueva formación, sin Adrián Salas pero con Alberto Duhau, añadió un sintetizador y teclados a sus composiciones para alcanzar una nueva etapa, en el que cantarían en inglés la mayor parte de sus canciones, dando paso al disco Days in Exile de 2017.
Este experimento, pese a ser un gran disco, no caló tanto en los fans como los anteriores, pero fue la forma que el grupo tuvo a bien para abrirse paso en la movida miamera y estadounidense. No creo que hayan perdido su autenticidad, ni mucho menos que haya sido un error, pero creo que sí hizo que muchos fans tuvieran un nuevo sabor de boca, al menos al principio.
De pronto, puesto en esos términos, se sentiría que VINILOVERSUS cambió el norte. Pero siento que todo lo que pasó después de Cambié De Nombre, uno de los discos más exitosos de la década pasada en Venezuela a nivel de rock, fue consecuencia de una crisis que lastró a muchos. La banda se encontró en una etapa rara en la que capaz se cuestionaron seguir, y luego, cuando todo estaba en calma, finalmente retomaron y comenzaron a tratar de salir de su zona de confort. Quizás soltaron el fuelle que solían tener, pero los que nos quedamos fuimos recompensados con buenas canciones y la promesa de que el regreso a las tarimas fuera potente. Y así fue.
Pero Cambié De Nombre, estoy seguro, representa un montón de memorias bastante positivas: Esos conciertos a casa llena, en especial aquel Sin Mordaza en la Francisco de Miranda donde no cabía un alma y tocaron Ares en un momento tan lleno de esperanza y rabia a partes iguales para los venezolanos, no se han borrado de las mentes de muchos que, como yo, estaban viendo a una banda llegar a uno de sus puntos más altos. Algo había cambiado.
Cambié De Nombre, entonces, se erige como un gran disco para el que lo escucha, y uno aún mejor para los que hemos tenido la dicha de apreciarlo desde la tarima, pues es un trabajo que, como su obra, tenía un elemento impactante en la puesta en escena que le merecía a VINILO el título honorario de ser una de las bandas que mejor suenan en vivo de toda la escena musical local. Estas canciones se cimentan en la pericia de sus músicos para anonadar a una audiencia a la que nunca han dejado mal. El rock que se prometía era incluso multiplicado una vez que Rodrigo entonaba su usual: “Buenas noches, nosotros somos VINILOVERSUS” y arrancaban los primeros acordes de Yunque, el usual tema de apertura de cada una de sus presentaciones.
Medir la influencia del álbum, como dije al principio, se tiene que hacer desde la retahíla de grupos, algunos buenos, malos, muy malos, regulares, que, habiendo escuchado este álbum, empujaron su música hacia estas sonoridades. Quizá no me alcancen los dedos para escribirlos todos, pero sé que a la mayoría les conocí y cuando lean estas líneas se verán en ellas de alguna u otra forma.
Pero si hablamos de la influencia de VINILOVERSUS en la escena, discos aparte, cualquiera que se respete sabrá decirlo: sin ellos, probablemente, el movimiento no hubiese hecho ebullición y no hubiésemos visto el ascenso de sus demás compañeros de escena, quienes también concordarán con que VINILO tenía ese factor especial que le hizo convertirse en leyenda, incluso cuando aún ahora se sienta apresurado llamarlos así.
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