Cualquier festival en el mundo quisiera tener el impacto histórico del Coachella y de eso no cabe duda. Sus posters se han vuelto poco a poco un artefacto mítico anualmente en el mundo de la música. Cada año, el festival marca pauta en lo que será la temporada de festivales de verano en el mundo, e incluso, alguna pista de lo que pueden ser los nuevos lanzamientos a raíz de quién quiere promocionar su nueva música en una de las tarimas más grandes del mundo. Eso ha generado algunos de los momentos más importantes de la música en vivo en este siglo, como la reunión de Guns N’ Roses, OutKast o Rage Against The Machine, el legendario set de Daft Punk o el holograma de Tupac reviviendo al rapero legendario en el set de Snoop Dogg. Pero en los últimos años poco a poco el cartel se ha vuelto cada vez menos llamativo y más parecido al estándar del resto de los festivales del resto del año.
Este año es, quizás, el ejemplo más evidente. Los tres cabezas de cartel son artistas talentosos. Billie Eilish es una de las compositoras más importantes de su generación; Harry Styles, como solista, es uno de los líderes en el revival actual del rock llevando su sonido por senderos que recuerdan al new wave de los 80… y bueno, el autoexcluido Kanye West que, así a muchos no les guste reconocerlo, ya es una leyenda. De igual forma todos son artistas que uno puede esperar en otros festivales; no hay una reunión sorpresa de Daft Punk, un inesperado regreso de los Arctic Monkeys, y en cuanto a pistas, no hubo ni una aparición inesperada de un artista de la talla de Jay-Z, haciendo su único concierto en el año.
Por supuesto hay nombres interesantes en las letras medianas y pequeñas. Estuvo Phoebe Bridgers, Manëskin, The Regrettes, las españolas de Cariño (quizás el artista más sorpresivo del cartel) y la reunión de Swedish House Mafia, que quizás hubiese tenido más impacto si no fuese porque esta ocurre durante una gira masiva del trío electrónico que los llevará a diversas tarimas del mundo durante 2022 y 2023. Pero tampoco hubo nada trascendental, ningún artista riesgoso o que marque la identidad del festival.
Parte del problema es compararlo con el cartel de este año de otros festivales icónicos, ya sea el Lollapalooza, Bonnaroo, Primavera Sound o el Mad Cool; cada uno tiene un cartel que, aunque se adapte a los tiempos, sigue dejando claro su tipo de festival con artistas como Gorillaz, Foo Fighters, Arca, Rosalía, Lorde, The War On Drugs y un largo etc. que concuerdan con la identidad histórica del festival sin perder su viabilidad comercial.
Por supuesto que Coachella pudo ser más llamativo. Kendrick que finalmente anunció disco para mayo, no fue más que un invitado pero pudo haber estado junto a Kanye, antes que este se diera de baja, en las letras grandes del cartel. Además de Billie Eilish, un nombre como Olivia Rodrigo pudo darle vida al sábado dejándole el espacio a esta nueva generación de cantautoras. Es raro además que en todo el cartel no haya habido espacio para Willow o Little Simz, considerando lo importantes que fueron en 2021.
Es que incluso la salida de Kanye del cartel no fue cubierta de manera tan llamativa como podía ser esperada. Si bien The Weeknd es uno de los artistas clave del momento, pero no es particularmente difícil verlo en un festival, y los Swedish House Mafia no dejan de sentirse como artistas que pasaron su pico sin demasiado que los convierta en una atracción especial, menos ahora que ya tienen varios meses de haberse reunido. Con todo, no deja de sentirse como una mejoría que aleja a Coachella de los escándalos típicos del artista antes conocido como Kanye West.
Sin embargo, al menos por este año el festival consiguió volver a presentar un gran evento en cultura pop, desde la aparición de Paramore rescatando un tema descartado de su repertorio como Missery Bussines durante el set de Billie Eilish, el explosivo set de Harry Styles que deja cada vez claro que puede ser una estrella de pop y sumarse a la realeza del rock al mismo tiempo, y a un Arcade Fire abriendo la próxima página de su historia. Hay grandes momentos que se repitieron al infinito en las redes durante el fin de semana. A pesar de tener un cartel por debajo de su historia, no se les niega que son unos maestros organizando un festival.
También es cierto que poco a poco en Coachella se ha vuelto más importante la foto del público que la de los artistas. Se ha vuelto más importante decir «fui a Coachella» que «vi a este artista», y los organizadores lo saben. De todos modos, no deja de ser triste ver cómo el cartel de Coachella pasó de contar la historia de los artistas que habían sido claves el año anterior y los que podían serlo en su año a un cartel genérico, solo que algo más costoso.
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