Caramelos de Cianuro es una de las bandas más importantes del pop rock venezolano. No creo que pueda ser controversial decirlo: durante casi 30 años el grupo ha sido responsables de canciones definitorias para una generación, y si un disco empezó ha tenido ese logro, es su primer trabajo con Latinworld Music: Miss Mujerzuela.
Aunque hoy puede parecer un disco seguro, no lo es tanto si nos ponemos en los zapatos de la banda en 1999. Luego del lanzamiento de Harakiri City (un disco que hasta el sol de hoy tiene un culto importante a su alrededor) el grupo se separó a su baterista: Pablo Martínez, que era uno de sus motores creativos, y sumó a dos nuevos miembros: Alfonso Tosta (ex-Alban Arthuan) cubriendo la batería y Luis Barrios Golding en el bajo, liberando a Asier para los conciertos con el uso la mera voz y con guitarra en mano para algunas ocasiones. Esto obligó a Asier y al guitarrista Miguel Ángel González, conocido como “El Enano”, a tomar las riendas creativas de la banda y la nueva dirección hacia la masividad, con un sonido más pop con el que se estaban identificando.
Este cambio de alineación también vino con un importante cambio en su sonido predecesor: “Harakiri” trajo consigo dos de los sencillos de mayor éxito en la vida de la banda hasta ese momento: Despecho Nº 2 y El Martillo, que hasta ahora siguen siendo coreados por los fanáticos, pero nada de Miss Mujerzuela perseguía ese sonido. De hecho, no es difícil imaginar que la banda tomó la decisión de ir en contra del sonido de su disco anterior, olvidando la idea de un disco conceptual y compartiendo simplemente una buena colección de canciones.
En vez de tratar de capturar ese éxito, el grupo absorbió sonidos y costumbres pop: bajaron la distorsión y endulzaron las melodías en estrofas y coros. Esto, más los dobles sentidos de la banda, les dieron una accesibilidad necesaria a su carrera.
Pero, a pesar de dicha accesibilidad, el grupo mantiene cierto nivel de peligrosidad. Asunto Sexual, Lava Blanca, Veterana o Enfermo no pueden siquiera llamarse dobles sentidos; son descargas de energía sexual pura, ejecutadas por el acting perverso de Asier. Asimismo, el humor de canciones como El Flaco muestran la habilidad de la banda para contar una historia de uno de los miembros de la banda, aunque no sea la más profunda.
A su vez, hay canciones en el disco que definieron el futuro de la banda con sencillos que son parte de nuestro patrimonio mainstream: Verónica y Las Estrellas, ambos clásicos locales que brillan por su brillante composición, por los ganchos en sus coros, llevados por la impecable producción a manos de Diego Márquez, baterista de Zapato3.
En sus siguientes discos, el grupo asumirá cada vez más esos sonidos pop, con el regreso de las distorsiones reguladas en guitarras eléctricas, siempre con resultados interesantes –ningún disco es realmente desechable– y en constante evolución. Es el cruce de estos dos lados es lo que eleva a este disco sobre el resto del sólido catálogo de la banda.
A fin de cuentas, los temas de Miss Mujerzuela parecen no envejecer. A pesar de haber pasado veinte años, siguen en el setlist de la banda; siguen siendo solicitadas en las radios del país y siguen apareciendo en las horas locas, después de todo: ¿A cuántas bodas han ido sin cantar Las estrellas? Son, en definitiva, canciones fáciles de digerir y difíciles de olvidar. Es complicado conseguir a un venezolano que no conozca estas piezas, y a muestra un botón: cada concierto del grupo.
Los cambios constantes de alineación incluyen la reciente ausencia de El enano, quien estuvo presente en la realización del álbum al que hoy nos referimos, y que corresponde a los nuevos seleccionados en las seis cuerdas en ejecutar las composiciones que allí quedaron.
Dejar una marca de esos niveles en la cultura pop no es fácil, ni debe ser ignorado. No es tan común que un disco tenga estos niveles de trascendencia, y menos uno considerado el salto al pop del grupo.
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