La música se basa en sonidos y la literatura se basa en letras. La música se escucha y la literatura se lee. La música tiene al solfeo y la literatura a la gramática, sin embargo, ambas expanden la realidad del hombre, ambas representan un escape y ambas alimentan el espíritu.
Dos caras representativas de estas dos artes son el escritor Jorge Luis Borges y la banda Pink Floyd, y aunque pudiera parecer que no tienen nada en común, en realidad tienen más de lo pensado.
Él fue vanguardista, ellos fueron progresistas. Él era argentino, ellos eran británicos. Nacieron en mundos distintos y tomaron vehículos diferentes para recorrer la psique humana, no obstante, ambos proyectos lograron abrir una puerta nueva en sus respectivas artes y de esa manera le dieron paso a una nueva manera de abarcar la realidad.
La literatura de Borges se basa en relatos cortos, como si se tratara de canciones, convirtiendo a cada cuento en un universo. Más allá de la inteligencia de su prosa, de la reveladora exploración del hombre y su destino, y de la sabia utilización de las metáforas, los textos de Borges tienen una magia especial y reside precisamente en la conexión universal que utiliza, como un dios omnipotente, para construir a sus personajes y sus mundos narrativos.
Todas las palabras, todas las frases, todos los personaje, todos los encuentros y todos los detalles que Borges plasma en sus textos están unidos por una conexión encubierta que no solo aporta profundidad y sentido a su narrativa, sino que además refleja perfectamente cómo funciona el estructurado caos que domina al mundo real.
De esa manera, Borges hace de la universalidad uno de los factores más significativos de su literatura y demuestra que lo que se creía local en realidad es global y que lo que se pensaba íntimo en realidad es colectivo. Todos formamos parte del mismo indescifrable laberinto social y emocional, y pocos como Borges lo saben expresar.
Pink Floyd, a su manera, hace lo mismo. Sus canciones y todos sus álbumes no solo evidencian claramente el confuso y místico viaje que es la vida, sino que además se convierten, gracias a la experimentación y a la consistencia musical, en una expresión directa y precisa de lo que significa vivir en un universo conectado.
Todo el proyecto de Pink Floyd goza de una cohesión y de una coherencia, que como en el caso de los cuentos de Borges, no siempre son fáciles de detectar, sin embargo, están allí latentes, reposando en los detalles, en los acordes y en las letras, dándoles vitalidad al infinito universo que Barrett, Waters, Mason, Wright y Gilmour construyeron.
Cada cuento de Borges y cada canción de los Floyd ha sido construida como una unidad por separada que cuenta con vida propia y con un objetivo único, pero a la vez, como pasa con los humanos autónomos que conforman la sociedad, cada cuento y cada canción ayuda a construir, a darle sentido y a levantar cada concepto artístico. De esa manera, lo que se pensaba eran solo unidades, en el fondo son partículas que conforman un mismo cuerpo.
Así, leer a Borges y escuchar a Pink Floyd se convierte más que en una experiencia placentera, en una lección magistral de universalidad. Cada proyecto lo hace a su manera, a través de sus herramientas, no obstante, ambos ejemplifican de gran manera todo ese tejido social en el que nacemos, crecemos y morimos.
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