El mes de Halloween ha comenzado con una fuerte dosis de terror y no se trata de juegos de adolescentes, ni de bromas para asustar a los ingenuos, sino de actos verdaderos, llenos de violencia y de odio que vuelven a poner sobre la mesa la pregunta del milenio: ¿La humanidad seguirá por este mismo camino?
El día lunes primero de octubre, a horas de la tarde, un pistolero de 64 años llamado Stephen Paddock, descargó desde un edificio todo un arsenal en contra de un grupo de personas que asistían al concierto del cantante Jason Aldean, durante el festival de música country, “Route 91 Harvest”, en Las Vegas.
Un ataque así impacta y atemoriza no solo por una razón, sino por muchas. Además de la gran cantidad de muertes y de la manera inhumana con que se perpetró el hecho, el ataque tiene un simbolismo que no debería pasar desapercibido: Un hombre blanco le dispara a un grupo de compatriotas que asistían a un concierto en la capital norteamericana del espectáculo.
¿No parece esto una metáfora de lo que está sucediendo en el mundo?, ¿este ataque no es hijo de esa mayoría humana que se ahoga en la paradoja y que en vez de promover la inclusión y el entendimiento ha tomado el camino del aislamiento y la confrontación?
Visto desde lejos el hecho puede parecer otro ataque terrorista más de otro lobo solitario que simplemente odiaba la sociedad, sin embargo, más allá de eso, este tiroteo es otro triste y sangriento reflejo del egoísmo ahogando lo colectivo, de la intolerancia aniquilando la libertad de expresión, y sobre todo, es un reflejo de las armas sobreponiéndose al arte.
Durante este año van docenas de ataques terroristas y este es el segundo que ocurre durante un concierto. Ariana Grande fue la primera en ser marcada por un hecho como este y en esta ocasión le tocó al músico Jason Aldean, pero ¿a qué se debe esto?, ¿acaso los antisociales ven en el público de los conciertos a una presa fácil o es que ven a la música como una enemiga por ser aliada de la tolerancia y la libertad?
Represión en múltiples países, ataques terroristas cada vez más seguidos, explosiones de guerras cada vez más latentes y el hombre común cada vez más indefenso. Mientras los gobiernos sigan invirtiendo en armamento y en muros, más que en cultura y en puentes, estos hechos no dejarán de suceder.
La música y los artistas nunca antes tuvieron tanto por hacer y a tantos por apoyar. Y aunque una bala pudo con un concierto, ni todas las armas del mundo podrán con aquellos que le apuestan a la creatividad, a la comprensión y a la unión para construir un mundo mejor.
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