Los últimos 60 años, la industria de la música ha atravesado todo tipo de cambios. Sin adentrarnos en géneros, tendencias o estilos, nada más hay que ver todos los formatos y medios en los que la música ha sido lanzada, y cómo, cada vez de manera más acelerada, van evolucionando, mientras que a la audiencia no le queda más que adaptarse.
Los formatos físicos de la música han mutado, siempre buscando mayor comodidad y practicidad para el oyente. Desde el LP, pasando por el cassette de cinta magnética, llegando al CD, e incluso al mini CD. Pero a finales de los 90, con todo el auge de la era digital y el sueño de “una computadora en cada hogar” de Bill Gates, se empezó a digitalizar la música. Aquel maravilloso avance trajo su contraparte: en 1999 nace Napster, un programa que permitía a usuarios de todo el mundo compartir y descargar música de manera gratuita e, inevitablemente, ilegal. A Napster le siguieron programas como eMule, Ares, o el consentido de todos, LimeWire. Esto representó un ataque directo a la industria disquera.
Un par de años más tarde, Apple lanza iTunes, su tienda de música digital que intentaba combatir la piratería. Meses después llega el iPod. “Toda tu librería en tu bolsillo”, sentenció Steve Jobs. Pero a pesar de que ya existían maneras de adquirir música digital de manera legal, pagar a los artistas por su trabajo, y en fin, comportarse como un ser humano decente, la piratería más bien se disparó.
Piénsalo: tenías un pequeño aparato donde podías meter hasta 5GB de música. Por otro lado, tenías un programa para descargar, de manera gratuita, tus canciones favoritas en un archivo comprimido que puede variar de 64 kbps a 128 kbps. Mientras más comprimido sea el archivo, menos espacio ocupará. Y mientras más ligero el archivo, más puedes tener. Es matemática simple. Claro, si tenías un oído muy exquisito, siempre podías filtrar tu búsqueda y descargar archivos de 320 kbps. Pero, honestamente, aquello que importaba no era la calidad, sino la cantidad.
#aesthetic
A partir de esa premisa, surge un interesante paralelismo del mp3. Por un lado tenías a los puritanos, con su iTunes y su calidad y su moral. Por el otro, tenías una red mundial de archivos siendo compartidos, descargados, comprimidos, recomprimidos y compartidos nuevamente cada segundo. De repente te encontrabas escuchando un audio de 64kbps, sucio e indistinguible, pero al menos tenías muchos de esos.
Realmente, es algo más que eso. Un mp3 de bajo bit rate trae demasiada historia detrás de sí. Pensar en todo el camino que transitó una canción antes de llegar a ti es algo hasta surrealista. ¿O qué tal si simplemente descargaste la canción del vídeo de YouTube? Los chances de que se filtraran en la canción efectos de sonido del vídeo eran siempre muy altos, pero una vez que la escuchabas y te acostumbrabas, te terminabas aprendiendo hasta esos sonidos. Escuchar otra versión simplemente no tenía la misma escencia que aquella que ya tenías en tu cabeza. La descarga de música pirata de baja calidad y compresión es para nuestra generación lo que fue la grieta del disco de pasta o el CD rayado en otra época: simplemente una parte de la experiencia de escuchar música.
Con el paso del tiempo, las batallas legales llevadas a cabo por disqueras y artistas fueron acabando poco a poco con la piratería en masa. En mi caso en particular, la clausura de LimeWire fue devastadora. Pero fue cuestión de tiempo para aprender a descargar torrents, o buscar alternativas como New Album Releases, o mágicos y generosos grupos de Facebook que no mencionaré para no ponerlos en peligro. Claro, decir eso desde un país donde las tiendas de discos y DVDs piratas son negocios establecidos, con la misma permisología que cualquier otro, es un caso cultural aislado. Pero desde Estados Unidos, nación que lidera el mundo unipolar en el cual vivimos, las cosas son bastante diferentes. La descarga de música ilegal puede ser penalizada hasta con cárcel. Bajo esta amenaza se cultivó en los 2000 la cultura de compra y descarga de mp3.
Adicionalmente, iTunes y el monopolio de Apple facilitó todo el proceso. Comprar y descargar música pasó a ser un proceso sumamente sencillo. Además, obtienes música de buena calidad, opacando el romanticismo que le atribuimos a la compresión. Se empezó a vivir otra época de la música.
Aunque se trata de una transición natural, muchos hablan de la destrucción y desmantelación de la industria, por el hecho de que ya no estabas obligado a comprar el disco completo, sino sólo aquellas canciones que realmente te interesaban. La libertad que implican las descargas mp3 es algo que pasamos por alto, porque ya forma parte de nuestra realidad. A la industria no le quedó de otra más que adaptarse.
Las descargas empezaron a apoderarse del mercado, suplantando las ventas en físico. En el 2007, “Crazy” de Gnarls Barkley se convirtió en la primera canción en la historia en llegar al puesto número 1 de ventas, únicamente con descargas. Era cuestión de tiempo para que lo mismo sucediera con el resto de los puestos de la cartelera.
Este cambio de comportamiento en el consumo de música trajo otras consecuencias consigo. Nos convertimos en unos nómadas de la música, y prácticamente se volvió algo desechable. La verdad es que no todos se aferran a un mp3 como lo hacen con un CD (algunos sí lo hacemos, pero es mentira que escuchamos todas y cada una de las 12.569 canciones que conforman nuestra colección). Viendo esenuevo patrón de comportamiento, surge en el 2008 otro importante gamechanger de la música: Spotify.
Aunque el primer servicio de streaming de música fue Rhapsody, creado en el 2001, jamás se popularizó (por todo un contexto del que ya hablamos). Y Spotify no tuvo su auge sino hasta el 2013. Pero con Spotify surgió un nuevo mercado, conocido como streaming on demand, con el cual puedes disfrutar de la canción que gustes, cuando gustes. La mejor parte de todo es que ni siquiera la tienes que descargar. Tienes calidad sin consumir espacio. Si no quieres pagar por este servicio, tendrás también que escuchar una que otra publicidad, pero es algo tan sencillo que realmente no hay manera de que falle.
En el 2015, Warner anunció que obtuvieron más ganancias con las regalías del streaming que con descargas. Una vez que el streaming fue incluido en las carteleras oficiales de sencillos y discos, el contraste se hizo mucho más notorio. Tan sólo en el 2015, las ventas por descargas disminuyeron en un 16%, de acuerdo con el analista Mark Mulligan, entrevistado en The Guardian. Se espera un 30% para el 2016, y así progresivamente.
Mientras éste y otros servicios como Deezer o Pandora han ido incrementando su popularidad, iTunes se ha vuelto más obsoleto. De hecho, Apple ya tiene empezado darle prioridad a Apple Music mientras se figuran qué hacer con iTunes. ¿Vale la pena conservarlo? ¿Qué hay de tu colección de 12.569 canciones? ¿Qué fin cumple, además de llenar tu vacío existencial, cuando tienes toda esa música y más en la palma de tu mano?
Todo apunta a que el mp3 entrará de manera muy precoz al club de formatos obsoletos, que conservamos sólo por el cariño. E incluso queda muy por debajo de ediciones como el vinil, que hoy en día está viviendo un revival entre los amantes de la experiencia de la aguja rozando el disco de pasta. Pero sabemos bien que pronto abrirás iTunes con la misma nostalgia con la que tu mamá desempolva su LP de Carole King. Vas a prometer que vas a arreglar tu iPod para poder usarlo, pero en realidad lo dejarás en la misma gaveta que tu discman roto y el GameBoy que dañaste por no haberle sacado nunca las baterías. Te sentirás culpable cuando escuches en Deezer aquel disco de Spinetta que tanto te costó conseguir por Torrent.
Siempre tendrás el cariño por esos mp3 que tienen un detalle que los hizo especiales para ti, como aquellas canciones que compraste por pura curiosidad, las que descubriste descargándolas por accidente, o las que hasta te aprendiste el sonido de la computadora que se colaba mientras el usuario original grababa el rip. Pero está más que claro que como audiencia estamos migrando, la industria se está transformando, y la descarga de mp3 se está muriendo. La amamos, nos marcó como generación, pero quizá lo mejor sea dejarla ir.
«When a good thing goes bad it’s not the end of the world, it’s just the end of a world»
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