Generalmente, cuando pasamos por una situación desagradable, dígase la muerte de alguien cercano, un corazón roto, o cualquier evento que despierte emociones similares, la mayoría de las personas tendemos a sentir cierto placer al intensificar todo ese conglomerado de emociones con una dosis de las canciones más tristes que encontremos. O a veces ni siquiera lo hacemos a propósito, sino que nuestra atención simplemente está dirigida a aquello con lo que nos identificamos, en este caso la tristeza. Y a pesar de todas las emociones que puede revolver en nosotros, nos encanta.
Hay estudios científicos que se han realizado para descubrir el por qué de esto, y se han obtenido resultados que dan varias lecturas: la primera es que al vernos reflejados en otro, no nos sentimos tan desolados, pues sabemos que hay alguien ahí afuera que comparte cómo nos sentimos. También, a veces, el saber que se otro se siente peor que uno, nos da un poquito de tranquilidad, como dando gracias que nuestro día en realidad no va tan mal como el de Thom Yorke.
No a todos se nos da la traducción de las emociones en arte, y que alguien más sea nuestro embajador en este sentido, nos ayuda a alivianar el peso, a entender un poco más, a sanar, y, en tiempos modernos, a mandar las puntas perfectas a través de nuestras redes sociales.
Siguiendo esta misma línea, surge la segunda lectura: el sentimiento de tristeza y desolación nos hace más creativos. Esto va de la mano con aquella afirmación que dice “de los errores se aprende”, en el sentido de que cuando todo va bien, nada se despierta en nosotros, mientras que cuando algo sale mal y salimos de nuestra zona de confort es que realmente empezamos a crecer. Aunque parezca una tesis un tanto peculiar y sospechosa, hay que verla desde un punto de vista más empírico. Puede que uno consiga crear increíbles cosas cuando se encuentra satisfecho, contento y positivo, pero ¿qué nos parece más artístico, puro y real: “Happy” de Pharrell o Jeff Buckley versionando “Hallelujah”? ¿Qué nos mueve más las fibras del alma?
Las canciones que consideramos más bellas son esas que reflejan cómo nos sentimos cuando estamos down, y las que evocan ese sentimiento de melancolía cuando no todo está saliendo tan mal. Y por más desmedidamente romántico e idealista que vaya a sonar: es a la tristeza a la que le debemos las obras de arte más grandes y trascendentes del mundo, pues es una emoción mucho más poderosa que la felicidad, y tiene muchas más cosas que decir y expresar. Es como si la felicidad fuese un bloque de un solo color, inmutable, mientras que la tristeza se origina de tantas maneras que se extiende una inmensa gama de la cual se pueden tomar elementos para crear obras maestras, y hay hasta quienes consideran que dependen de esa sensación de desolación y decepción para crear algo que valga la pena.
De ahí surge la percepción de que estar triste realmente no es tan malo. Y tener conocimiento de esto, inevitablemente nos hace sentir mejor. Es como un círculo vicioso. Un hermoso y trágico círculo vicioso, donde nos sentimos bien a costa de la miseria de otros, o tratando de huir de esa sensación, tomándola por los cuernos y apropiándonos de ella.
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