El 21 de octubre de 1968 nació en Caracas Carlos Eduardo Troconis, un personaje que durante su vida tomaría una serie de decisiones que lo convertirían en lo que hoy es: uno de los personajes más trascendentes e influyentes que ha tenido el rock venezolano.
Carlos Eduardo, “Cayayo” de cariño, creció escuchando Led Zeppelin y Héctor Lavoe, aunque según cuentan sus familiares, nunca paraba de escuchar música. Que incursionara él mismo en su desarrollo como músico era algo, más que inevitable, completamente predecible. Ya a los 13 años formó su primera banda, llamada Dead Feeling, junto con quienes lo acompañarían en sus siguientes aventuras, Pablo Dagnino y Alberto Cabello.
Más tarde la banda evoluciona, incluyen a Erwin “Wincho” Schäfer como bajista y nace Sentimiento Muerto en 1983. Cayayo tenía entonces apenas 15 años, y los demás estaban bastante jóvenes también. Las experiencias que vivirían con Sentimiento Muerto los siguientes 10 años sería los que definirían su marco mental como personas y como artistas.
Desde Sentimiento Muerto, ya demostraban sus ganas de cambiar la percepción que se tenía del rock en Venezuela, y la necesidad de replantear el papel que jugaban los músicos. Se las ingeniaron con métodos no tradicionales, como graffitis y “cassettes piratas” para difundir su música durante sus presentaciones en los escasos locales caraqueños. La estrategia les funcionó bastante bien, pues empezaron a volverse bastante populares en la escena underground, codearse con estrellas del rock latinoamericano, como Charly García y Fito Páez, quien produciría en 1987 ‘El amor ya no existe’, álbum debut de la agrupación, e incluso fueron la primera banda venezolana que apareció en MTV.
Un par de años después graban su segundo álbum ‘Sin sombra no hay luz’, pero no es sino con su tercer disco ‘Infecto de afecto’ (1991) que el talento más puro de Cayayo empieza a ser notorio. Se encargó de componer la mitad de las canciones del disco, y expuso un lado de sí más profundo, mientras iba moldeando el sonido de la banda, para llevarlo un poco más a sus raíces de post punk y grunge. El problema con esto fue que el camino que empezó a seguir la banda a partir de ahí no era precisamente el que Dagnino buscaba. En 1993, Sentimiento Muerto se disuelve.
Esto no implicó un obstáculo para Cayayo. Junto a Héctor Castillo, que sustituyó a Wincho en Sentimiento muerto, y Sebastián Araujo, el otro miembro restante de la banda, fundan Dermis Tatú, un proyecto mucho más grunge y agresivo. Esta agrupación dejó tan sólo un álbum llamado ‘La violó, la mató, la picó’, publicado en 1995. Un año antes fueron invitados a Argentina por el baterista de Charly García, y trabajaron con Mariano López, productor de Charly, Soda Stereo y más, para grabar el disco que se convertiría en una de las piezas de culto más influyentes del rock venezolano.
Paralelo al éxito de Dermis Tatú, Cayayo se puso a emprender por su parte en otras áreas, unas que lo llevaran más allá de ser líder de una agrupación, que lo llenaran mucho más como persona, y que trascendiera en cuanto a fines prácticos. Así crea las disqueras independientes Tas Sonao Discos y Los Insólitos, con las cuales se encargó de producir y editar discos de varias bandas nacionales, incluyendo Tomates Fritos y La Calle.
Adicionalmente, Cayayo era también una especie de activista que abogaba por los derechos de autor de los rockeros, reclamando que sólo los grandes compositores formaban parte de la Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela, dejando a un lado el respeto a la propiedad intelectual de los talentos más nuevos y sectorizados.
Aunque Dermis Tatú grabó varios demos después de su exitoso debut, el nuevo álbum nunca se editó y la banda se disolvió. Pero Cayayo fue imparable y prácticamente de inmediato formó PAN, junto con su antiguo compañero Wincho Schäfer, el baterista Miguel Toro y el cantante Argel como líder. Con este nuevo proyecto se incursionó en un género que no se había abordado en el país: una mezcla entre rock, funk y rap. Grabaron el EP ‘PAN’ en vivo durante una presentación en el Teatro Nacional de Caracas en 1998.
Un año más tarde, Cayayo crea los “Miércoles insólitos”, una serie de conciertos semanales que pretendían promover a los más talentosos artistas y agrupaciones de la escena del rock underground. Lamentablemente, Cayayo no era ningún santo, y el mundo del punk rock no es precisamente el ambiente más sano que hay. Cayayo era un habitual consumidor de drogas, en particular de la heroína. Fue esta la adicción que lo terminó matando el 17 de noviembre de 1999, precisamente horas antes de lo que sería, sin saberse, la última edición de los “Miércoles insólitos”. Fueron horas bastante confusas. El show continuó. Pero apenas acabó, toda la movida de rock underground entró en un estado como de resaca, pues perdieron al líder que los estaba guiando, empujando y moviéndose para conseguir una mejor posición en la cadena alimenticia de la música venezolana.
Cayayo tomó en vida los desvíos correctos que ayudaron a impulsar y patentar la movida rockera nacional, y como artista se volvió uno de los personajes más influyentes y recordados, querido por todos sus colegas. La verdad es que Carlos Eduardo nació en el tiempo y el lugar adecuados. Con uñas y dientes construyó un camino para un sector que estaba segregado de la superflua cultura musical venezolana, y abrió las puertas a la exploración de un nuevo terreno, con oportunidades, y sobre todo, con alguien a quien ver para aspirar a más.
Feliz cumple, Cayayo.
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