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Por qué lo “acústico” no ha prosperado en Venezuela a pesar de las influencias

Publicado por
Gabriel Bonilla

¿Quién no pasa sus noches de desvelo en una onda acústica tipo chill que sea lo suficientemente “enérgica” como para mantener despiertos los sentidos pero lo sobriamente relajado para no alarmarlos? ¿O simplemente, sentarse a disfrutar de algún “monchis” mientras lee o recupera el carácter que el trajín diario atrofia?

La música acústica, en todos los sentidos, realza los sentimientos y las vivencias. Ordena ideas, hace que la exasperación cese y que de alguna u otra manera nos sintamos más cómodos con nosotros mismos… Aunque a veces nos de sueño.

El movimiento acústico, en nuestros días, es como un revival  potente del cual no podemos escapar. Desde el simple hecho de que artistas trascendentales decidan sacar demos secretos, versiones home work  o bien masterizadas, hasta que toda una movida new wave de artistas con talentos increíbles decidan dejar a un lado (aunque no en todos los casos) los amplificadores y la estridencia para mostrar, de cierta forma, la humanidad que transmiten las cuerdas, la percusión simple pero trabajada y el canto en cualquier registro.

Algunos lo llaman Folk, otros, Indie. Aquellos que más han ahondado en estas aguas deciden decirle Indie-Folk o Folk-Rock… Pero en ciertos países, como Venezuela, simplemente le llaman: Acústico.

Nate Maingard. Cúsica Plus.

¿Por qué, en tiempos tan adversos pero fructíferos (en lo que a intelectualidad musical se refiere) no se ha explotado este género en nuestro país?

Vayamos a las influencias… Y hablemos un poco de historia.

Estados Unidos, finales de los 50: Bob Dylan aparece como un mesías sin pan ni vino, pero sí con una armónica, una guitarra… Y un sombrero. Entre las influencias del Country y el Rock, géneros ya condecorados por esas épocas, nacía un nuevo género y espectro musical que necesitaba artistas con la claridad suficiente para moldear una era. Con matices y fuertes influencias europeas, el Folk-Rock se anunciaba como una corriente alterna y calmada para aquellos que necesitaran el mismo mensaje de siempre, pero con otra onda musical.

El género se saltó varias épocas, diversificándose hasta el punto de que  artistas se impregnaron con un estatus de leyenda y, otros, nacieron para convertirse en partes claves del género, que en modo de catarsis, implementaban las seis cuerdas españolas (y en ciertos casos eléctricas) en piezas memorables (Neil Young, Johnny Cash, Willie Nelson).

Bob Dylan. Johnny Cash. Cúsica Plus.

Ya a finales de los 80 y principios de los 90, nacería una nueva época llena de virtuosos artistas que con simplicidad y mensaje, cautivarían a un público que era más que fiel. A esta segunda camada (y quizás la más importante) se le otorgó el derecho de cambiar las reglas del “juego acústico” para moldear lo que hoy en día se conoce como Indie-Folk: Jeff Buckley (fallecido en 1997) y Elliot Smith (fallecido en el 2003), fueron los encargados de consagrarse como los alfiles del juego, destacando canciones como el cover a “Hallelujah”, de Buckley y “Bitween The Bars”, de Smith.

A esto le sumamos los esfuerzos de una cadena televisiva por hacer que la música generalmente urbana y estruendosa se viera de una manera quizás más plausible. Un formato en donde los artistas pudieran entregar un bocado que fuese realmente diferente, algo excepcional en la materia: Esta cadena fue MTV en su formato “Unplugged”. Aunque no tuvo directamente que ver con la expansión del género, sí revivió temas y artistas. Dio a conocer facetas que no se conocían y algunas presentaciones que, aún hoy, siguen siendo épicas: The Cure, Nirvana, Bob Dylan, Los Fabulosos Cadillacs, Paul McCartney, Eric Clapton y pare el instinto noventero de contar.

MTV logró que el formato acústico fuera un método (e incluso género) más aceptado de lo que había sido por 30 años, dándole un puesto importante en las compras, en los oídos y en el alma del público.

Llegamos a los 00’s y 10’s con una nueva camada de cachorros y disqueras independientes que necesitaban no de la aceptación del público, pero sí su crecimiento musical. Países como Inglaterra, Irlanda y Francia empezaron a aportar artistas con un sentido de pertenencia increíble, con ambición internacional y una especie de lema bohemio con el que comenzaban un trayecto largo. Con las influencias ya bien cimentadas y un camino largo, el género empezó a vivir su auge. Poco a poco, músicos fueron proclamándose como los amos y señores de su género, experimentando y creando sonidos particulares para que se entendiera que el “genre” ya tenía bastantes ramas por dónde guindar el sombrero.

Bandas y artistas que influyen, influyeron e influirán en las próximas generaciones son Mumford & Sons, Florence + The Machine, James Bay, Ben Howard, The Lumineers, Bear’s Den y aquellos que estén por venir.

James Bay. Cúsica Plus.

Ahora bien, ya sabemos un poco más (o un poco menos) de la historia de un género tan dedicado, excepcional y único. Pero, ¿qué con Latinoamérica? ¿Qué con Venezuela? ¿Qué con nosotros?

Mezclar nuestro Folklore con guitarras estruendosas, un doble pedal y algunos sonidos electrónicos ya se ha hecho, y para los que no saben, se llama “Neofloklore”, que vendría siendo un licuado entre Simón Díaz, Victor Porfidio y Dave Lombardo (en el mejor de los casos).

El género “acústico” ha estado presente pero de manera poco constante en Venezuela. Tenemos data de piezas que arrugan el alma, como “Dirección Opuesta” y “Alma Perpetua” (reversionada en el 2015 por Rodrigo Goncalves) de Carlos Eduardo Troconis, alias al cariño de todos como Cayayo, grabadas muy a lo home-made en los 90’s e infinitas presentaciones acústicas de bandas como Desorden Público, Amigos Invisibles, La Vida Bohème y Los Mesoneros.

Cayayo Troconis. Cúsica Plus.

Quizás el riesgo de trabajar, componer y hacer música acústica hoy en día e incluso desde siempre en Venezuela, ha sido una y sólo una: La aceptación.

Estar bajo la infinita respuesta de que lo más “acustiquillo” y en español que se ha escuchado en nuestro país en décadas han sido artistas foráneos: un par de canciones de Joaquín Sabina, alguna sonata de Paco de Lucía (QEPD) y una prima cercana escuchando Ha*Ash y Camila.

En una cultura tan dispersa musicalmente hablando, polarizada y que muy poco absorbe nuevas ondas, ¿es factible pisar en un campo tan no-explorado?

La respuesta, queridos lectores, es SÍ.

Y no, no hablo de Huascar Barradas con el Trío Acústico, ni de Aquiles Baez, el Pollo Brito o los “en íntimo” de Franco De Vita (que, estemos claros, todos son de otro mundo y representan nuestro tricolor muy orgullosamente, pero no en este contexto).

Hablo de un género que recurre a la melancolía y la protesta, al mensaje y la emoción, para cautivar, educar y enseñar al oído. Un género que, en sus esfuerzos de parecer “cool” y comercial (en el peor de los casos), termina raspando el alma y entregándonos una parte bastante solidaria de alguien que sólo necesita mínima percusión, 6 cuerdas y una historia.

Es posible que más allá de versionar temas ya conocidos, hacer un cover o simplemente experimentar, se pueda trabajar en base a sonidos sobrios y musicalmente cimentados en algo tan antiguo como nuestros abuelos acá en Venezuela. Algo que ha estado en los anaqueles pero no hemos querido ver o comprar, algo que hemos visto en línea pero no hemos querido clickear, algo que hemos escuchado en el iPod de un amigo pero no hemos querido preguntar qué era por el simple hecho de que nuestro país no le ha dado el apoyo suficiente.

Si no me creen… Escuchen el trabajo de Diego García (HOTEL), Gaélica (antes y después de implementar voces), La Pequeña Revancha, parte del último trabajo de Rodrigo de Viniloversus (como Rodrigo Solo) y otros esfuerzos para que la melancolía y el bailar mental sea parte de nuestras venas musicales a punta de sonidos que llaman a la reflexión, a la risa, a la introspección, al reclamo e incluso al llanto.

Rodrigo Solo. Cúsica Plus.

Que esfuerzos y proyectos musicales sucumban ante el poco apoyo es la razón número uno para sentirse afectado siendo un artista nuevo o con impulsos de serlo. No es algo que sólo pasa con este género, sino también con la música electrónica, el hardcore-punk, heavy y trash, y cualquier otro “podría ser” en esta industria.

Tampoco somos ciegos y pretendemos tapar lo difícil que en estos momentos es producir en nuestro país. Pero es irónico que, lo más simple, sea, de hecho, lo más difícil de aceptar.

Sí es posible que las seis cuerdas se hagan con un puesto en nuestra esencia… Y en nuestra escena. Sólo hace falta la música y, por supuesto, el apoyo de todos nosotros.

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Gabriel Bonilla

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