Según la Real Academia Española, un músico es aquella persona que se dedica a la música. Otros, a diferencia, los definen como artistas o como artesanos, pero ¿un músico es solo eso? ¿Basta con una frase para definir y abarcar todo el proceso a través del que el músico se vuelve músico? Ciertamente no basta, para construir una definición completa se necesitarían varias palabras y frases, no obstante, hay una palabra en particular que puede ayudar a entender dicho oficio y es genialidad.

El músico toma los sonidos del mundo, los adapta, los transforma, les da orden y los vuelve discurso. El músico, de igual manera, hace nacer nuevos sonidos y los mezcla, combina, fusiona y de esa forma compone piezas. El músico así convierte el silencio en colores, los murmullos en emociones y a la voz en un instrumento omnipotente. Por lo tanto, antes que todo y antes que nada, el músico crea y eso es precisamente lo que lo vuelve un genio.

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La palabra genio puede remitir a muchos contextos, conceptos e incluso puede conducir a historias y cuentos antiguos, sin embargo, en lo personal, el rasgo más distintivo de un genio es su capacidad de crear. El genio es aquel que transforma la realidad con sus manos a través de la creación de nuevas herramientas, nuevos medios de transportes, nuevos paradigmas. Así entonces, el músico es un genio que edita la realidad a través de la creación de nuevos mundos sonoros.

Como genio, el músico es capaz de lograr hazañas extraordinarias y de moldear a la sociedad con sus propuestas, no obstante, por ser genio el músico está, por otro lado, condenado a convivir con un mundo interior tan maravilloso y mágico como complejo y problemático. El músico tiene la dicha de crear, pero tiene la desdicha de tener, en muchos casos, un espíritu incomprendido y constantemente insatisfecho, lo que los vuelve personas volátiles e inestables.

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Es muy común hoy en día y ha sido común siempre ver casos de cantantes con mucho dinero y con mucha fama, pero con vidas miserables y desgastadas. No es mentira, ni secreto para nadie que el artista convive diariamente con un remolino de emociones que es tal vez el que los hace componer grandes obras, pero es también el que los destruye y los lleva a finales infelices.

Pero, ¿qué se puede hacer al respecto?, ¿cómo puede lograr el músico llevar una buena vida personal y profesional? Tal vez la respuesta está en procurar lograr una dualidad en la que la rebeldía y la ambición convivan en la misma sintonía y así ambas trabajen de la mano para construir un ser artístico e inspirado pero también productivo y centrado.  

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Por un lado, con rebeldía me refiero a la parte espiritual del artista. El músico viene desde su nacimiento, como ya se ha mencionado en otros textos, con un espíritu comandado por los sentimientos. De igual manera, el músico, debido a su sensibilidad, cuestiona, rechaza y critica casi todo su entorno. Esa esencia rebelde del músico, donde las emociones y la actitud retadora son las que mandan, es muy importante para la creación artística, aunque debe vigilarse ya que si no se controla, esta puede invadir al artista y descenderlo a sótanos depresivos y oscuros.

Para evitar eso, el músico debe controlar su rebeldía con la ambición. Al hablar de ambición no solo se debe pensar en un deseo incontrolable de fortuna, sino que se le debe ver como la disposición y la determinación de utilizar, en el caso del músico, todo su potencial para crear grandes obras y lograr una vida artística respetable y admirable. La ambición es, en pocas palabras, la decisión de construirse un camino propio para caminarlo con valentía sin que nada, interno o externo, lo impida.

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Entonces, como en los países la división de poderes pretende el sano desarrollo entre las instituciones y así asegura la democracia, la dualidad del músico pretende lograr una convivencia entre la rebeldía y la ambición del artista para que así este pueda llevar una vida en paz y fructífera. Se trata, así, de crear un equilibrio entre ambas partes para evitar que la faceta creativa/espiritual del artista se vaya al extremo y ponga en riesgo la faceta cotidiana/profesional y viceversa.

Reverón, por ejemplo, es un artista que convirtió a la rebeldía en su principal motor y guía. Nadie se lo critica, pero ¿logró él ser verdaderamente feliz? Por otro lado, hoy en día se ven muchos artistas que han convertido a la ambición en su única motivación, ¿se les puede llamar artistas? Lo ideal sería combinar la esencia natural y curiosa de la rebeldía con la mentalidad proactiva y evolutiva de la ambición.

Tal vez esa sea la única receta para que el artista consiga la felicidad y la estabilidad.