Si existe un testigo fiel del desarrollo, los tropiezos, las alegrías y las tristezas de un pueblo, ese es la música. A través de la historia, desde los hombres que recorrían continentes enteros buscando el fuego hasta las sociedades industrializadas en las que con un teléfono se accede a todo el mundo, la música ha sido una compañera que ha servido tanto para registrar e inmortalizar a las culturas, como también para apoyar a los humanos en momentos difíciles y claves.

La música, como la poesía y el baile, tiene un don especial para brindar inspiración y coraje. Antes de una gran hazaña, en culturas milenarias como la azteca o las nórdicas anglosajonas, los hombres solían hacer ceremonias acompañadas de ritmos y cantos para desear suerte a los guerreros y exploradores, y a la vez para pedirles ayuda a los dioses. Hoy en día, aunque parezca que ha pasado mucho tiempo, el humano sigue usando la música para lo mismo y es que el arte siempre ha sido impulsor del desarrollo, como la música siempre ha sido una hermana incondicional de la libertad.

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No es secreto para nadie que el arte del ritmo y la melodía ha sido esencial en algunos procesos sociales y libertarios en todo el mundo y en diferentes épocas.  Géneros como el Blues, el Hip Hop y el Reggae, más que música de fondo, ha sido música de acción en sus respectivas sociedades y décadas. Combinando sus acordes con sus letras y además uniendo las personalidades de sus principales exponentes, estas vertientes musicales se convirtieron en destructores de cadenas, temidos por los poderosos y alabados por los desposeídos.

El Blues, por ejemplo, nace del abandono. Los esclavos que por años y años trabajaron sin descanso y sin retribución alguna, en los infinitos campos del sur estadounidense, inventaron un sonido que, a causa del desamparo divino y humano, les ayudaba a aliviar la soledad. Los campesinos afroamericanos buscaron un compañero que los ayudara a liberarse de las eternas faenas y de los dolorosos castigos, y lo encontraron en el blues.

Este género, padre de muchos otros géneros que escuchamos hoy a diario, es el fruto de un pedregoso capítulo de la historia humana. La opresión y la segregación, brindaron las letras melancólicas. Los inacabables sembradíos en los que trabajaban los esclavos, proporcionaron la inspiración y el aura mística. La fe en un ser superior, donó la pasión. El entorno anglosajón regaló los acordes. La madre, África, invitó los juegos de sonidos. Y la sensación de olvido puso las manos a trabajar.

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El tiempo hizo que este género que nació del dolor de las víctimas, fuese luego utilizado por los victimarios. Una corriente que nació de la sangre, en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en una industria que produjo y produce miles de millones de dólares al año. Entonces, cabe preguntarse, ¿para quién trabaja el tiempo?, ¿son necesarias estas tragedias para el progreso intelectual? En este caso, los campesinos afroamericanos no solo inauguraron una industria multimillonaria, sino que también implantaron las bases para una revolución artística que hoy sigue.

El Reggae, por su parte, surge de la necesidad de identidad. Jamaica, esa isla caribeña que parece tan feliz, no ha tenido una historia muy estable. Desde que los ingleses llegaron a aquellas tierras implantaron un estratificado sistema económico, político y social que aún hoy en día, a más de medio siglo de la independencia jamaiquina, sigue presente en los vestigios del racismo, el clasismo y la frustración social.

Los años 50 y 60 era una época donde los jamaiquinos luchaban por ser protagonistas de su propia historia, luchaban por desprenderse de las ataduras británicas y por consolidarse como nación y cultura soberana. El reggae aparece en ese momento como una especie de guía tanto social y espiritual que ayudará al pueblo de Jamaica no solo a ser reconocido en todo el mundo, sino, aún más importante, lo ayudará a darle sentido a su existencia brindándole una identidad propia.

La música reggae nace como una adaptación de la fusión musical de las diferentes culturas (Europea, africana, americana) que convergían en la isla y el Movimiento Rastafari se convirtió en el piloto intelectual de esa nueva corriente artística. De esa manera, el reggae se transformó en la música con que el pueblo disfrutaba, aprendía, rezaba, criticaba y vivía. El reggae les dio una voz a los jamaiquinos y también les enseñó un camino para afinarla.

El Hip Hop, por otro lado, nació en los años 80 en los suburbios y barrios más pobres de la ciudad de Nueva York. La mano de obra afroamericana, compuesta por obreros que trabajaban horas y horas en fábricas solo para recibir unos cuantos dólares al mes, se aglomeraba en aquellos callejones oscuros y sombríos, ensuciados por las angustias y frustraciones de sus habitantes.

Así, de la necesidad y el desconsuelo, nació una cultura imponente e improvisada que intentando disfrazar sus orígenes dolorosos, se planta alzada ante todos aquellos que la observan.  A través de las rimas, los beats, la vestimenta y el estilo, los negros de Nueva York consolidan el Hip Hop como un camino de vida propio e implantan una cultura que respira autonomía racial.

El rap, que es la música de ese movimiento, no es más que un grito de liberación y de protesta en contra de todos los obstáculos impuestos al camino del hombre africano y a su realización como ser humano. La rima le da un toque seductor a la música y las batallas de raperos promocionan la competencia. De esa manera, el Rap evoluciona y enamora a todo un planeta que aunque ignora la historia del género y sus exponentes, la transforma inconscientemente cada vez que canta una canción, compra un disco o habla de cualquiera de los artistas.  

Así se puede observar brevemente como tres géneros diferentes, creados en épocas y zonas alejadas, han ayudado al hombre a sobrevivir y a trazar los cimientos de su camino hacia la libertad tanto física como espiritual e intelectual. La música es poder y eso jamás debemos olvidarlo.